OPINIóN
Actualizado 12/01/2017
Juan Sebastián González

El trazo es una unión, es un lazo, un trazo que convive con otro trazo. Trazo pictórico y trazo escrito que se entrelazan, sin fundirse. Un trazo que, tanto en la pintura como en la escritura, se presenta azaroso, sin poder predecirse. Es una promesa de correlación en la que ya de antemano, se presenta la posibilidad del la ficción; está velado cómo será esta correlación, pero se promete. La correlación propicia desplazamientos, ensueños, espejismos y ficciones pues la pintura/escritura se ve desdibujada al pintar con palabras y al escribir con imágenes.

Una pintura no podrá transponerse a lo escrito, ni lo escrito podrá transponerse a una pintura, pues los dinámicos puntos de fuga del proceso permanecerán a la transposición de secretos y de ficciones. Pero al mismo tiempo, no pueden evitar su constante correlación. Lo enigmático se presenta en cada acontecer escrito/pictórico cada vez que interpretamos una obra. Algo se vela y algo se desvela, lo escrito no aclara lo pintado y lo pintado no aclara lo escrito, sino que, en su correlación, acontece lo secreto, que es lo que pro-mueve la correlación. Lo secreto es el motor de la búsqueda y del deseo.

Se conjura la ausencia siempre presente en la interpretación que no llega a ser vencida por las palabras, sino que por el contrario, la escritura y la pintura se confabulan para representar un juego de múltiples significaciones.

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