Me van a perdonar el destiempo, pero sigo a vueltas con el bañador negro de la Pedroche y sus tules que no concitaron ni un comentario por parte de mis hermanos más centrados este año en discutir la esquizofrenia del programa de José Mota. Es que hay cosas que aburren y el modelo de mujer perfecta de Anne Igartiburu, la desnudez innecesaria de la de Vallecas y esa forma de abordarnos siempre como si fuéramos perchas -¿Qué es más importante, discutir sobre el presupuesto de su ministerio o glosar el corte de pelo y el traje de Cospedal en la Pascua Militar?- son lo de siempre, reducirnos a la mínima expresión mientras nos dolemos por la muerte de quien abordó sus problemas mentales con un humor propio de toda una princesa de la galaxia. A las niñas en vez de comprarles una Barbie deberíamos darles una réplica de la Princesa Leia, pero eso sí, sin el bikini revelador de la tercera parte, con lo bien que le quedaban esos vestidos monjiles blancos y fluidos. Cada cual que se ponga lo que le venga en gana, peo esa necesidad masculina de dictaminar la forma de vestir de las mujeres es un insulto a la inteligencia de cualquiera. El tanga como obligación y el burka como disuasión. Y recuerda, si te tocan el culo en el metro es por lo buena que estás y lo mucho que lo pides por ir bien ceñida y con la falda corta, no porque el macho alfa sea un cabrón irredento incapaz de estarse quietecito. En algunos aspectos, la cosa ha cambiado bien poco, la verdad, y esos modelos de mujer abnegada que se va a trabajar recién parida y suscita tantas críticas como objeciones pone un empresario para contratar a una mujer en edad fértil por si acaso se embaraza, son una buena prueba de que las cosas no mejoran nada de nada.
Cabría pensar en que cada una de nosotras, según nuestra necesidad o convicción, estableciéramos el modelo a seguir sin presiones externas ni críticas. Eso de las malas madres es engañoso, evidentemente, cualquiera que lo sea ha tenido ratos en los que se hubiera comido crudo al retoño de sus entrañas, peo de ahí a enarbolarlo como bandera de modernidad va un trecho. Yo estaba hasta las narices de baja maternal y deseosa de volver al trabajo, y defiendo que cada una haga lo que buenamente pueda pero ¿No se trata de un debate sólo para privilegiadas? Las funcionarias cobramos lo mismo que un hombre y tenemos buenas posibilidades de conciliar, ese verbo que debería ser un mantra si es que esta sociedad quiere niños. Conciliar y educar, no parir porque sí y dejarle luego el trabajo de amaestrar a una escuela a la que deberíamos aplaudir porque demasiado hace. Cuántas veces es la escuela quien le quita el pañal y hasta el chupete a puñetero niño al que nadie ha educado, como cuántas veces le tienes que enseñar a un preadolescente que pida las cosas por favor y se dirija a ti mirándote a los ojos. Y es que lo más fácil es parir, lo malo viene después, y en ese tira y afloja ahí estamos las mujeres, siempre viendo cómo nos dicen lo que tenemos que hacer, eso sí, sin darnos la más mínima ayuda. En fin, que no se trata de tela ni de proclamas, se trata de articular un nuevo modelo de mujer y no de maternidad, sino de pareja comprometida. De todas formas, que bien nos viene largar sobre lo innecesario y soslayar lo importante.
Charo Alonso
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.