No podía ser de otra forma, han tenido que venir la tecnología y las multinacionales de la comunicación en nuestro auxilio para acabar con la soledad. Soy un espectador-consumidor enganchado a mi tablet, a mi teléfono móvil y a mi ordenador. Ya no necesito pensar.
¡Vivan las redes sociales!
Gracias a ellas nunca más volveré a estar solo. Y lo que me ocurre a mí le está sucediendo a millones de personas en todo el mundo.
¿No será un milagro y no nos estamos dando cuenta? No hay más que ver a la gente por las calles, o en los autobuses, o en el metro, o en las terrazas, o en los restaurantes, o en los bancos de los parques públicos?, cada uno ensimismado en su teléfono móvil.
¿Por qué está fiebre? Porque están en íntimo contacto con otras personas, mandando y recibiendo mensajes y whatsapp. ¡Tan acompañados!
Y no antes, cuando cada uno andaba encerrado en su historia particular y egoísta, que veías a las gentes hablando unas con otras; o paseando y mirando a los transeúntes; o verificando la llegada del otoño; o admirando las formas caprichosas de las nubes; o leyendo un periódico, o una revista, o un libro, o?
¡Anda que no hemos ganado!
Sí, tiene que ser un milagro, no creo que haya un solo agnóstico que lo ponga en duda, porque ha cambiado nuestras vidas. Si hasta nos hemos vuelto más democráticos y solidarios. Uno de los indicadores es la moda, que se ha contagiado de empatía con los más necesitados y se ha puesto a la orden del día llevar los pantalones rotos y las chaquetas gastadas.
Las notas discordantes las ponemos las personas educadas en tiempos pasados, probablemente por la falta de libertad que nos ha convertido en unos insolidarios, porque nos ha costado entender los nuevos estilos a lo pordiosero. Yo lo comprendí cuando mi vecina me explicó que le compraba los pantalones nuevos a su hija para que la niña, que es muy mañosa, los corte y los agujeré hasta que parezcan viejos y raídos, porque si los compra acuchillados le cuestan mucho más.