OPINIóN
Actualizado 01/01/2017
Fernando Saldaña

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Ayer por la tarde Emilio, el camarero, abrió una botella de cava con la que brindamos por el nuevo año. Cada cual soltó su discursito cargado de buenos deseos y de parabienes. Yo me escaqueé, lo siento. Brindé para mis adentros, sin hacer públicos mis pensamientos.

Brindé para que cambiemos un poco y nos hagamos más reivindicativos. O, como poco, menos conformista.

Brindé para que abran los ojos aquellos que se sienten cegados por la luz omnipotente que irradia Rajoy, un dios profano y estéril, de esos que tienen de divinidad lo que yo de seguidor de San Pedro.

Brindé para que los que pasan frío encuentren remedio a su pobreza antes de que entren en vigor las medidas oportunistas y frívolas aprobadas por el PPSOE y que, según lo acordado, llegarán en verano.

Y brindé por los míos, que siempre están ahí y no necesito lupa para encontrarlos (al contrario de lo que me ocurre con la tan famosa recuperación, que no la encuentro ni con un telescopio).

¡Ah! Y brindé por Peque, mi gata, que, a falta de constancia sobre la fecha exacta de su nacimiento, hoy cumple 20 años. Eso dice su cartilla de vacunación y eso demuestran los años y años de felicidad que hemos vivido juntos.

Al final resulta que tuve muchos motivos para brindar, aunque lo hiciera en silencio.

Gracias, Emilio, por la botella y por los ratos de conversación que pasamos en tu garito.

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