OPINIóN
Actualizado 31/12/2016
Tomás González Blázquez

Si ya no mueve molinos, al menos el agua pasada, acabada de pasar, la de rumor aún fresco en la memoria, sigue empapando la tierra y confortando el aire con su perfume a tierra mojada. El 31 de diciembre es cómplice apropiado para hacer balance de esos recuerdos y recontarlos, mirando la botella y midiendo su nivel, ése que unos aprecian inferior al deseado, incluso les resulta casi vacía, y que otros juzgan como más que suficiente, porque se les antoja casi llena. El caso es que la descorcharemos, y brindaremos por el nuevo año, y si esa botella es de agua, los supersticiosos tocarán madera.

Lanzando la vista doce meses atrás diremos que han pasado volando y que parece que fue ayer cuando deseábamos un feliz 2016. Los tópicos que, pese a todo, suelen ser más ciertos que falsos. Querremos llevar la memoria a los momentos más relevantes del último año pero será ella la que antes nos situará. Le basta pulsar la tecla adecuada y murmuraremos la fecha que nos llenó de alegría o de dolor. A lo mejor un nacimiento en la familia, un puesto de trabajo largamente esperado, la culminación de unos estudios? A lo peor la muerte de un ser querido, un diagnóstico a contrapié, la pérdida del empleo? Otra vez 10 de octubre en mi recuento.

Se nos amontonarán películas y libros, sobresaliendo los títulos que nos dijeron algo mientras la nebulosa envolverá a otros más intrascendentes, quizá poco menos efímeros que un paseo por Facebook. Rescataremos algún partido decisivo y algún gol inolvidable. Daremos gracias por haber descubierto una estantería sustanciosa en la biblioteca o un viejo rincón de Salamanca en el que no habíamos reparado. Salivaremos al pensar en ese restaurante que tanto nos gustó. Nos trasladaremos por un momento a la playa que pisamos por primera vez, a la ciudad que conocimos o al paisaje que nos cautivó.

No podremos dejar de recontar los proyectos que nos ocuparon y preocuparon, las personas que pasaron a ser habituales y aquellas otras que dejamos de tratar a menudo, los nombres que subrayamos, las palabras que dijimos, las buenas obras que dejamos de hacer, los sacrificios que nos enseñaron, las lecciones que aprendimos y las veces que, Ave María Purísima, confesamos los mismos pecados de siempre y, caídos como estábamos, volvimos a levantarnos de su mano misericordiosa.

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