OPINIóN
Actualizado 31/12/2016
Manuel Lamas

Hoy he viajado con la imaginación. Hizo suya mi voluntad, en un momento de abstracción. En poco tiempo volé por latitudes desconocidas; subí a las cumbres más inhóspitas, sembradas de vida y misterios. Ningún contratiempo interrumpió mi carrera hacia lo desconocido.

En unos segundos cubrí los espacios que, con mi cuerpo, no hubiera podido salvar, aunque multiplicara por mil la vida más longeva. La imaginación resuelve sus conflictos, asistida por fuerzas extrañas cuya procedencia desconocemos. Sabemos que residen en nuestro interior, pero nada más conocemos (es a finales del siglo XX y principios del presente siglo cuando, la imaginación, se convierte en objeto de estudio en la investigación psicológica y neurocientífica).

Cuando recobré el control de mi mente, comparé el mundo de los sueños, con los estados de consciencia a los que llegamos, inducidos por la imaginación. En los sueños, entran en juego componentes de la más variada condición. Pues, aunque la realidad está distorsionada, ésta, no deja de producirse; nada evita que continúe, a pesar de las incoherencias que presenta. No ocurre así con la imaginación: cuando imaginamos una historia, siempre lo hacemos desde la experiencia; es decir, nos apoyamos en lo que ya conocemos. Sin embargo, a través de la imaginación, otorgamos a los elementos propiedades que no tienen, para despertar en el observador sensaciones de todo tipo.

No quiero terminar sin proponerte el siguiente ejercicio: haz balance del tiempo que ocupan tus sueños, también de los momentos de abstracción en los que tu imaginación discurre libremente. Añade, asimismo, los periodos de inconsciencia que ocupan tus rutinas diarias. Y no dejes de cuantificar el tiempo empleado en ver películas, y el que dedicas a la literatura. Después, resta el resultado de la suma, al tiempo de tu vida. Te quedarás asombrado de lo corta que puede ser.

La vida, tendríamos que medirla por los momentos en que permanecemos despiertos; es decir, por los periodos en que ejercemos control absoluto sobre nuestra mente. Es larga o corta, en función de esa multitud de momentos que dejamos escapar como si no tuvieran valor.

Tendríamos que trabajar para mejorar la vida que conocemos; hacerla más justa y asequible, en lugar de imaginar mundos imposibles, a través de los sueños, o por medio de la imaginación.

De múltiples formas tratamos de cambiar la realidad, quizá porque nuestra vida carece de importancia, incluso para nosotros mismos. Eso nos lleva a cubrir nuestros momentos con abstracciones y sueños; también con ideas que no nos pertenecen.

Nos sumergimos en mundos imaginados por los demás y, en ocasiones, nosotros mismos construimos realidades imposibles para otras personas. Pero, lo grave de inventar historias incoherentes, aderezas con violencia y poco sentido, son los efectos tan perniciosos que causan en las personas.

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