OPINIóN
Actualizado 30/12/2016
Redacción

Ya que celebramos un nacimiento y, a la vez, tenemos noticias alarmantes sobre la natalidad en España (mueren más españoles de los que nacen), reflexionemos un poco sobre el valor de la fecundidad. Durante siglos, las religiones ("creced y multiplicaros"), los poderes públicos (¿recuerdan la obsesión de Franco por las familias numerosas?) y las parejas (para cumplir con lo que se le pedía, tener mano de obra en la economía primaria y asegurarse cuidadores cuando fueran viejos) defendieron el valor de la fecundidad, aprovechándolo de paso para reducir la sexualidad al matrimonio heterosexual, rechazar la anticoncepción, etc. En resumen, había que casarse y tener los hijos que Dios quisiera.

En las últimas décadas nos hemos ido al polo opuesto, la fecundidad no es un valor y nuestra demografía está amenazada si no vienen inmigrantes. ¿Cómo es posible un cambio tan brusco?

La prensa y los políticos insisten en que los problemas laborales de los jóvenes les obligan a decidir no tener hijos o a retrasarlos (la media del primer hijo está en datos biológicamente inadecuados- entre 30 y 33 años-), o, en el mejor de los casos, tener solo uno o dos. Por eso, las medidas en que se piensa, consisten en premiar económicamente o laboralmente a las parejas que tengan hijos.

No dudamos de esta causa y de la utilidad de estas medidas, pero creo que el problema es más complejo y profundo. De hecho, las emigrantes tienen más hijos que los nacidos en España (en peores condiciones de vida) y los países pobres muchos más que los ricos. Por ello, propongo para la reflexión otras razones: Los valores religiosos ya no rigen nuestra vida, los gobiernos tienen menos poder ideológico y las personas no se sienten obligadas a tener pareja, casarse y criar hijos.

Al contrario, numerosos jóvenes tienen otros valores prioritarios: vivir y disfrutar de la vida, mejorar su currículum, conseguir condiciones de vida sin apuros económicos y con un futuro laboral seguro, entre otros. ¿Qué podemos hacer?.

Creo que además de respetar la libertad de los individuos y las parejas para tener o no tener hijos, hay que recuperar el valor de la fecundidad: dar vida, no es una obligación, pero sí la decisión más importante para aquellos que la toman. Una decisión que es una apuesta por cantar la vida, con esfuerzos y dedicación, porque los hijos necesitan que seamos incondicionales: las semanas tienen siete días (no se puede descansar el 7º, como dicen que hizo Dios al crear el mundo), hay pocos meses bisiestos, el año tiene 365 días y son 18 años, para empezar. Pero una decisión generosa y, a la vez gratificante, porque somos seres para el contacto y la vinculación, especialmente en forma de red familiar. Apostar por la vida, dar vida y cuidarla es una de las posibilidades más valiosas y responsables que podemos hacer. Es una forma maravillosa de CANTAR LA VIDA que otros nos dieron y cuidaron, la cadena de la vida de nuestra familia y nuestra especie. Y sepa que cuidar es bueno para el cuidador, si no es en régimen de esclavitud (como le ha ocurrido a tantas mujeres durante siglos): cuidar y ser cuidado es amar y ser amado, nuestra mejor naturaleza.

En todo caso, sepa usted que la naturaleza nos ha hecho libres y que las mujeres, pueden decidir sí o no en sus relaciones sexuales sin depender del valor de la procreación. Pueden desear, excitarse y disfrutar de la sexualidad en cualquier momento del ciclo, cuando están embarazadas o después de la menopausia. La naturaleza no nos obliga a tener hijos. Y, por otra parte, son muchas las personas que quieren venir a España; se acabó el tiempo de pensar solo en la familia, la tribu o la nacionalidad, somos todos "hermanos de genoma e historia de la especie, esta es la verdadera globalización que nos hace iguales.

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