1984 fue mi año. No tenía nada que ver con la profecía de Orwell, no resultó gris y con la libertad secuestrada, sino todo lo contrario: fue un año lleno de color, de alegría, de esperanza en el futuro que, sobre todo en España, estaba empezando a llegar y lo invadía todo.
La casi recién estrenada FM nos envolvía en música joven. No había "hora de relax", a eso de las 3, en la que no sonara Hotel California. Ni mañana o tarde sin el What ever you want, haciéndote sentir que eras capaz de conseguir cualquier cosa que te propusieras.
1984, fue el año de modern love, de blue jeans, de careless whisper, de purple rain? de dance me to the end of love. Mientras, en España, el Alarma de Manolo Tena se convertía en el telonero imprescindible en casi todos los conciertos importantes.
Pero aquello acabó. Los 80 se acabaron hace mucho. El revival cíclico de los últimos tiempos, me ha hecho vivir en la ilusión de que volvían, pero cantar faith, cepillo en mano, frente al espejo, ya no es señal de esperanza en lo que ha de venir, sino nostalgia por las cosas que dejé atrás. 2016 me ha despertado del ensueño, me ha plantado delante de las narices la cruda realidad: 1984 queda muy lejos, mi adolescencia murió, como han muerto este año muchos de los que le pusieron la banda sonora. Aunque el legado musical de estos grandes me acompañe siempre, ya no me moverá los pies sino las arrugas del alma, por un tiempo que se fue y que ya no volverá.
Last christmas ha sido la triste guinda del año más triste: el año en que la música murió. Bye bye pastelito de manzana