El pasado miércoles 14 de diciembre recibí de madrugada un whatsapp de mi amigo Jordi Giró en el que me enviaba una entrevista a Pablo d' Ors que publicaba ese mismo día La Vanguardia. Unos días antes tuvimos oportunidad de hablar sobre el valor educativo del silencio, compartir reflexiones y comentarios sobre la obra de este escritor y sacerdote madrileño. A pesar de que yo conocía la espiritualidad de Charles de Foucauld porque Jordi me lo había presentado muchas veces, precisamente él no conocía a este personaje fundador de la asociación Amigos del desierto.

Pablo d'Ors

Cuando le hablé a Jordi de Pablo d' Ors, le sugerí que comenzara leyendo la Biografía del Silencio como texto fundamental para entender la impresionante red de meditadores creyentes y no creyentes que había conseguido movilizar. También le insistí que la obra de Pablo no se limita a la espiritualidad porque mucho antes de sus reflexiones sobre el silencio había conseguido construir una teoría de la novela partiendo de Kundera y Kafka en un interesante libro que llevaba por título Contra la Juventud. En todo caso, el envío de la entrevista que me hizo mostraba que nuestras conversaciones se hacían eco de algo que habíamos comprobado en nuestros respectivos ambientes: el hambre de silencio.

Precisamente, en la sociedad de la información y la comunicación descubrimos que una de las variables culturales más básicas es el hambre de silencio. El éxito que están teniendo las iniciativas de grupos de invitan al silencio de la meditación es sorprendente. Parece ser que el hambre de silencio de uno de los rasgos centrales en la identidad del individuo hiperconectado, como si necesitáramos diaria, semanal o mensualmente un tiempo para olvidarnos del móvil, el ordenador y la dichosa conexión Wifi que nos persigue en cada una de nuestras actividades.

Pero el silencio que se consigue con la meditación a la que nos invitan Charles de Foucauld y Pablo d' Ors no es un silencio mudo e insípido. Se trata de un silencio sonoro que mantiene una especial relación con la palabra, pero no entendida como instrumento o herramienta sintáctica sino como verbo interior y como pro-vocación, es decir, como camino para al descubrimiento y conocimiento de sí mismo. Y no se trata de un conocimiento estrictamente monológico porque no es el "conocimiento de mí" (del yo por el yo) sino el "conocimiento de sí".

En la breve y lacónica entrevista de La Vanguardia Pablo D'Ors precisa la estrecha forma de entender el silencio y la palabra cuando afirma: "la palabra puede transformar la realidad, pero solo el silencio nos transforma a nosotros mismos".

Rasgos de la meditación

También señala algunas características de la meditación para la que él nos entrena:

  1. La meditación no tiene por qué ser religiosa, pero es más fácil practicarla en tradiciones milenarias como la cristiana, la budista o la taoísta.
  2. La meditación no es para el crecimiento personal, no es para aprovechar el tiempo, sino para regalártelo a ti mismo o regalárselo a Dios si eres creyente.
  3. Solo se oye la palabra en la medida en que es concebida en el silencio.
  4. Para vivir la vida con intensidad no hay que saciarse con multitud de experiencias, no es un problema de cantidad sino de calidad.
  5. Meditar o es evadirse de la realidad sino sumergirse en ella y tener plena conciencia de lo que en ella hacemos.
  6. Meditar en sumergirse en la realidad y darse un baño de ser. Un baño que también es alivio.
  7. Meditar facilita estar con plenitud en la realidad. Los momentos de plenitud que conseguimos con la meditación y el silencio no se consiguen con talento y esfuerzo, requieren entrega, como llega el verdadero amor.
  8. El conocimiento de sí se produce de dos formas. La forma analítica requiere la palabra. La forma sintética requiere el silencio. Son las dos caras de la misma moneda: "pero sólo la palabra fraguada en el silencio hace diana en el ser".

Quizá sea bueno que aprovecháramos estos días navideños de balance y celebración para que también fueran días de meditación. Aunque no podamos acercarnos al desierto, sí conviene que lo tengamos presente porque remite, evoca e invoca el protagonismo del mundo interior. Una interioridad apasionada y apalabrada que, por ser silenciosa y fecunda, puede llegar a convertirse estos días en llama de amor viva y el mejor contrapunto frente a la esterilidad.