OPINIóN
Actualizado 27/12/2016
Juan Sebastián González

Nuestra mente está enfocada en las cosas, en los objetos y en las relaciones y dinámicas que se generan a través de esos objetos. Tenemos objetos sólidos como cuerpos-personas, animales, plantas, casas, árboles, trajes, comidas, ciudades y todo lo que podemos ver a nuestro alrededor, incluido nuestro cuerpo. Hay otros objetos que ya no tan sólidos como los pensamientos, las ideas, los conceptos, y también las creencias y las programaciones que hilan unos pensamientos con otros generando una infinita red de rutas de pensamientos.

También están las emociones, químicos que se activan a través de los pensamientos y producen sensaciones en el cuerpo. Todo se interrelaciona formando un sentido de nosotros mismos, de los demás y de la vida y sus circunstancias.

Esta mente concreta basada en objetos, maneja procesos lineales, con tiempos pasado, presente y futuro, usa la memoria y fabrica historias alrededor de todos los objetos. Cuando se enfrenta a algo como el vacío o la nada, tiene dificultad para manejar algo que no puede clasificar como un "objeto". Recurre a la memoria, a las referencias que posee y entonces trata de convertir el vacío o la nada en un objeto fijo y clasificable.

Y es así como para la mayoría de las personas el vacío, la nada, se transforma en un objeto al que se le asignan significados no muy amigables. Al pensar en nada o vacío, la mente concreta, dependiendo de sus memorias y referencias, comienza a calificar ese vacío/nada como: abandono, escasez, ausencia, apatía, desgano, soledad y hasta la muerte. Nadie quiere ser "tragado por el vacío", "caer en el vacío", "sentir un vacío", "estar en un vacío". Hay muchos juicios alrededor de "hacer nada", y por supuesto, nadie quiere? "ser nada".

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