Dedicado a todos los niños del Hospital Clínico y de todos los hospitales del mundo, a los que viven en campamentos, dónde no conocen o casi desconocen que el 24 de diciembre nació un niño pobre como ellos, para los que sufren por enfermedad y otras causas, Él también sufrió y el final es hermoso, solo necesitáis confiar y hacer todo lo que os digan los médicos, enfermeras y los papás?OJALÁ LA SONRISA MAS HERMOSA OS LLEGUE EN ÉSTA NOCHE y os acompañe a lo largo de vuestra vida
Isaura Díaz de Figueiredo
Manuel estaba encantado con el reparto. De entre todas las cosas que había que preparar para el Nacimiento del Hijo de Dios en la Tierra, a él le había encomendado el arcángel hacer lo que más le gustaba "Un altavoz". Y no era un altavoz cualquiera, era el altavoz a través del cual se oirían las voces de los ángeles y del mismo Dios directamente desde el Cielo hasta la Tierra. Para ser un angelito normal había tenido mucha suerte, porque la mayoría de cosas importantes se les habían encargado a los impresionantes y magníficos arcángeles y otros ángeles de mayor nivel. Pero como todos sabían que Manuel, además de ser un angelito encantador, era un loco de la tecnología informática, pensaron que sería el más adecuado para inventar un aparato tan complejo.
Manuel tenía en la cabeza mil ideas para el diseño, y se puso a trabajar de inmediato. Pero cuando solo llevaba un ratito, apareció por allí Rafael, uno de sus arcángeles favoritos
- ¿Puedes echarnos una mano con el palacio, Manuel? Necesitamos una puerta que se abra automáticamente al paso de María y de José, algo como... ¡de cristal!
- ¡Claro! - dijo tan dispuesto como siempre - Esto que estoy haciendo puede esperar.
Varios días le llevó al angelito completar la difícil tarea, y otros tantos más ir completando los muchos inventillos que siguió pidiendo Rafa. Pero el resultado mereció la pena: construyeron un palacio digno del mayor de los reyes que fuera a pisar la tierra. Tanto, que cuando no miraba nadie, los ángeles se asomaban desde el cielo para poder admirarlo.
Estaba Manuel, de regreso para ponerse con su altavoz, cuando el arcángel Miguel lo vio a lo lejos.
- Manuel, por favor ¿puedes ayudarnos con unos retoques de vestuario? Queremos que cuando suenen los cantos del coro, los vestidos de quienes nos escuchen y vean reluzcan con oro, piedras preciosas y luces de colores, y que las ropas de María, José y el Niño ondulen al ritmo de la música.
- ¡Qué idea tan magnífica, Miguel! Eso quedará estupendo. Voy enseguida a ayudaros.
Tardaron también varios días en completar todos aquellos efectos de vestuario, no podían haber hecho algo más bonito. Venían angelitos desde todos los rincones del universo para contemplar aquella maravilla y felicitar efusivamente a Miguel.
También Gabriel pidió a Manuel que le ayudara con los efectos de luz y sonido para el coro celestial. Y luego llegaron los querubines con sus mil peticiones, y otro montón de ángeles de niveles superiores con encargos tan importantes que Manuelillo no podía dejar de ayudarles. Y todo quedó tan perfecto y maravilloso, que los ángeles se felicitaban unos a otros muy satisfechos y orgullosos, y esa misma noche, la anterior al nacimiento, lo celebraron una gran fiesta.
Pero Manu no pudo asistir, después de tantísimo trabajo, recordó que su propio encargo, -el altavoz- ¡¡aún no estaba ni empezado!!
Allí se quedó Manuel solito trabajando a toda prisa en su altavoz, oyendo de fondo la música de la fiesta. ¡Aleluya, Aleluya! Trabajaba con lágrimas en los ojos, sabiendo que no iba a llegar a tiempo de cumplir el encargo que Dios le había hecho, y entonces apareció a su lado ¡el mismísimo Dios!
-¡Hola, mi querido Manuelillo! ¿qué haces aquí que no estás en la fiesta?
El angelito, avergonzado, solo mostró su altavoz a medio hacer y los ojos llenos de lágrimas.
- ¡Ya veo! ¡Ya!. Sé que estuviste ocupado ayudando a otros, pero ¿no viene nadie a ayudarte?
- Bueno - bajó la vista hacia las nubes de algodón, que son el suelo de los ángeles- están celebrando una gran fiesta y se lo merecen - respondió Manuel-. Han trabajado mucho y todo ha quedado magnífico. Además, no podrían ayudarme aunque quisieran, este invento es muy complicado.
- Hmmmm- fue lo único que dijo Dios mientras daba media vuelta. No parecía especialmente contento.
Manu estaba aterrado... Sabía que solo llegaría a tiempo si Dios decidía ayudarle, pero se moría de vergüenza, solo al pensar en pedirlo. No recordaba que Dios lee todos los pensamientos, es mas para Él -toman forma- ¡que sueñas con un monte!, Dios ve la montaña, o el río, el campo o?todo tiene forma física. Como si leyera sus pensamientos, Dios se volvió y con la voz más tierna que a un angelito se le puede hablar dice:
- Bueno, hazlo lo mejor que puedas. Y lo más importante es que suene ¡muy! ¡muy fuerte!
Manuelillo no tuvo tiempo de pararse en tanta dificultad como tiene la parte técnica. Eran justo las doce de la Noche más importantes del año cuando terminó de unir todas las piezas, y llegó a ocupar su sitio ¡justito! ¡justito!, en el mismo momento en que Gabriel daba la señal con su bracito en alto
-¡Comenzar amigos ángeles!
El coro aclaró sus voces y, por un segundo, todos fijaron sus ojos en Manuel. El angelito los cerró, dijo una oración,
-Jesusito de mi vida que vas a nacer otra vez en el Portal de Belén, echa una mirada al pobre Manuel? y pulsó el botón rojo que daba encendido y voz a toda potencia, encargo que Dios le había remarcado hiciera.
¡¡BOOOOOOM!! Una fuerte explosión sacudió el cielo, que se abrió para dar acceso a la tierra y transmitir el canto de los ángeles. Pero la fuerza de la explosión fue tan grande que se extendió como un terrible maremoto sobre toda la tierra, arrasando lo que habían preparado los ángeles:
El palacio se vino abajo y solo quedaron los restos de algunas paredes; el lugar apareció frío, incómodo, sucio y desordenado, e incluso los bellos vestidos, volaron por los aires y quedaron hechos jirones.
En unos segundos, lo único que quedó de todo lo que habían preparado fueron las voces del coro celestial, y un destello brillante en el cielo, el del gran altavoz que ardía lentamente como la más hermosa estrella fugaz.
Nadie en el cielo se atrevió a decir nada. Sólo miraban al avergonzado Manu con pena y decepción, avergonzados ellos mismos por haberle dejado tan solo. Pero entonces nació el Niño, y en lugar del llanto que todos esperaban, una alegre risa inundó el cielo y la tierra. Una risa que contagió a todos, y que les hizo saber que Dios estaba encantado con aquella avería, mucho más pobre, menos ostentosa, pero hecha por Manuel en el poco tiempo que tuvo, ya que todo lo había dedicado a ayudar a los otros angelitos.
Y como si esperasen que algo así fuera a suceder, los tres arcángeles susurraron para sus adentros: "Este sí que es el estilo del Señor. Todo ha salido perfecto".