OPINIóN
Actualizado 27/12/2016
Francisco Delgado

Hay momentos en la vida en que diversos asuntos coinciden, se entremezclan en un tiempo y lugar ajeno a toda planificación. Poseen estos momentos la maravilla de lo espontáneo. A los escritores nos descolocan en nuestras rigideces, en nuestro narcisismo y nos hacen encontrarnos frente a frente con la obviedad de que en esos momentos solo podemos pensar y escribir de lo que nos da vueltas en la cabeza.

Pues sea así. Los días de Navidad están llenos de tópicos, de mitos eternos, de realidades cotidianas?Cuando un hecho real, por ejemplo el nacimiento de un niño, el día 24, o 25, irrumpe en medio de estas fiestas, y se cruza lo mítico, o lo religioso, con lo familiar, con la fiesta de un niño que nace, vivimos esta coincidencia desde esa parte infantil que nunca desaparece de nosotros, por muy mayores que seamos. Pensamos que las coincidencias tienen algo de mágico o de misterioso. Nos cuesta admitir que son puras casualidades. Que una niña o niño nazca la noche de Navidad o de Año Nuevo nos sumerge en la fuerza de la vida, en esa inmensa fuerza que- más allá de muertes, guerras, catástrofes, enfermedades- siempre sigue manifestándose y creciendo.

Cada una de esas vidas, como la de la niña que nació el pasado 24 de diciembre en una frágil embarcación de refugiados camino de Grecia, es el símbolo de que la fuerza de la vida es superior al deseo de destrucción que anida en el hombre. Y a la vez, cada uno de esos niños recién nacidos evidencia que cada vida es irrepetible, que la guerra es monstruosa incluso en su ignorancia de esta obviedad: que cada vida es única e irrepetible.

Ese gran Papa que dirige ahora la nave de la Iglesia, el Papa Francisco, da, como siempre, en el clavo, como el otro día, en su discurso de Pascua, poniendo a esos sufrientes niños sirios, muertos o rodeados de muerte, en el centro de su atención. Sus ojos no están ciegos, como lo están los de todos los ejércitos que combaten en Siria, incluidos los rusos. En el centro de su mirada pone a los niños y desprecia el loco consumismo y la idolatría del dinero, la única que rige ciegamente nuestras relaciones.

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