Somos tan buenos en navidad ?hasta Iglesias canta villancicos con su padre y, me imagino, toca la pandereta pensando en la cabeza de Errejón- que no hace falta que venga el rey a decirnos que aquí cabemos todos y que hay que pensar de una vez en el empleo de calidad para que la gente trabaje y deje de ser pobre de solemnidad. Pobres como esos a los que no les llega la mejora económica y las eléctricas, tremendas ellas, les cortan la luz cuando más frío hace. Nada, somos buenos por decreto y aguantamos la charla del cuñado, los paquetes amontonados de los niños que ya no saben qué papel de regalo desgarrar ?mis sobrinos parece que se envician rasgando y acaban abriendo polvorones por puro vicio- y la comida que parece multiplicarse en estas fechas. Somos buenos, somos generosos, pacientes y nos dura aún la magia navideña, esa que parece agotarse en Nochevieja cuando ya tanta cosa nos tiene saturados.
Al rey, con su barba canosa y su seriedad de discurso a la nación, esa que somos todos mal que le pese a Rufián, no le da por sacar el pie del tiesto más de lo necesario. Yo les hubiera dicho a los que queman y rasgan sus fotos que se dejen de chorradas, al gobierno que se deje de mandangas a la hora de legislar por decreto y a los de Podemos que se dejen de estalinismo. Uno puede simpatizar con las tesis de los de la coleta, pero cada vez que se tiran los trastos a la cabeza y se ponen a cuestionar a los que cuestionan me pregunto cuándo empezarán a ponerse el traje, la corbata y a cobrar comisiones. Tienen un ramalazo como de comisariado político que me asusta más que ver a un ruso cantando jotas, imagen que, desgraciadamente, vuelve a ser comentada porque a los de Putin se les ha caído un avión con todo y coro del ejército soviético. Somos frágiles, tanto como tanta gente en campamentos de frío, ciudades de bombardeo y mientras, nosotros dándole al paquete, a la botella de champán y a la alegría colorida. La ciudad arde de luz y de gente, de actividad, de bolsa, de todo lo compartido y de todo lo bueno que se cocina a fuego lento para darnos el gusto de comerlo en compañía. Todo es frágil y por eso nos aferramos a las tradiciones, escuchamos al rey mientras ponemos la mesa, nos acordamos de los que tienen menos o nada, cantamos el villancico de Wyoming que es una genialidad y luego, acabamos ahítos, agotaós y deseando que pasen unos días hasta Nochevieja y que no se caigan más aviones.
El rey es casi de la familia y se hace un sitio en la mesa y hasta se le da un dorsal para La San Silvestre; dice lo que pensamos todos más o menos, pero educadamente y sin tacos y nos recuerda que se hace mayor con esa barba cana y esa mirada un pelín triste. Yo creo que nos llena de orgullo y satisfacción invitarle a la mesa y que hasta estamos convencidos de que quiere arreglarlo todo a golpe de varita y no de decreto. Hacer que los políticos dejen de ser corruptos de manual y descaro, hacer que la gente recupere sus derechos laborales y haya para todos lo mínimo: trabajo y casa. Resolver, en suma, menos mal que nos queda el Padre Ángel dando de comer al hambriento. Menos mal que en mi casa, aunque hablemos de política y cada cual piense lo que quiera, no hay más que risa y ese regusto triste cuando nos damos cuenta de que en el resumen del año, los problemas siguen y crecen.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.