OPINIóN
Actualizado 27/12/2016
José Javier Muñoz

El tópico "los políticos son corruptos" se ha extendido como mancha de aceite e impide razonar sobre el fondo de la cuestión, porque vulgarmente corrupción se entiende como meter mano de forma ilegal en la caja. Está claro que el enriquecimiento ilegítimo de determinados gestores y administradores públicos es una parte importante de la corrupción política, pero no precisamente la peor. El sentido original de las palabras ayuda a entender lo que sucede. Uno de los significados de corrupción es alteración. Y coitus, antes de la acepción sexual que se le atribuye en exclusiva, significa unión, o sea, comunicación entre seres humanos. Están seriamente alteradas las relaciones sociales. Creo que para la convivencia y el conjunto de la sociedad resulta más dañino, por ejemplo, el hecho de que la partitocracia haya suplantado a la auténtica democracia. ¿Por qué no es motivo de escándalo lo averiado que está el sistema decimonónico de las elecciones? ¿Todavía consideramos democrático el procedimiento de las listas cerradas y distribución de escaños? ¿Es razonable que los partidos políticos se alimenten del presupuesto público, y no de sus militantes y beneficiados? ¿Merecen los parlamentarios de las cámaras del Estado y la Comunidades Autónomas las sustanciosas retribuciones y demás bicocas que perciben por su exiguo calendario laboral? ¿Y por qué no despierta la sensibilidad ciudadana el sectarismo en la designación de cargos oficiales? ¿Tiene algún sentido que con dinero procedente de nuestros impuestos se financie a unos sindicatos que representan a un porcentaje ínfimo de los trabajadores y que además están politizados? Estos últimos factores, aceptados casi sin excepción, conllevan una sangría inconmensurable del erario común porque están en el origen de las ayudas y subvenciones a medios de comunicación, artistas y seudoartistas que deberían vivir del fruto de su talento o de su esfuerzo. Porque contribuyen a sustituir la cultura por propaganda, demagogia barata, denuncias espurias y ventiladores de miserias. Porque alimentan una red enmarañada y tupida de supuestas oenegés, creadas con el exclusivo propósito de mamar de la teta pública.

Parece inútil insistir en que la política no es lo único corrupto y los políticos no son los únicos que actúan mal y se aprovechan del vecino. Porque los partidos, las organizaciones públicas o privadas y las naciones o los pueblos no delinquen; son las personas con nombre y apellido las que abusan del poder, cometen tropelías, prevarican, mienten, roban, extorsionan, utilizando en ocasiones herramientas legales o amparándose en colectivos que fueron pensados precisamente para defender a la ciudadanía... Y la proporción de inocentes y culpables entre los políticos es la misma que existe entre personas honradas y sinvergüenzas o delincuentes en cualquier otro ámbito de la vida.

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