OPINIóN
Actualizado 26/12/2016
Redacción

Quizá sea un modo azul de despedirme y alejarme esta noche de la mesa, en la que tú no estabas. Se ha cumplido un cuarto ya de siglo de tu herida abierta en la arboleda de mis ojos. Pero a esta hora tan tristemente dulce no quiero abandonarme en la humedad de tus palabras blandas como nísperos entre mis lágrimas. No volví esta vez como otros años al lugar del nido y mis hermanos han estado solos sin el pequeño duende de la casa. Mi voz hoy ya no llega a las candelas fragantes de la infancia en nuestro barrio. Padre del viento: son veinticinco años y hoy ya no he regresado a celebrar tu huella diamantina a nuestro lado. Y, sin embargo, allí estuve contigo al pie del arco iris que se alzaba entre las ascuas vivas del recuerdo por ti que resucitas cada año en estos breves días de Navidad. Huele a tabaco el frío y he tomado, delante de mis hijas y mi mujer, en tu homenaje una copa de anís para sentir que habías resucitado y paseabas dentro de mis huesos. Quizá sea un modo azul de despedirme y alejarme esta noche de la mesa; pero he sentido el hueco de tu tos posándose sin prisa en el mantel de mi melancolía. Hemos brindado, tú sin estar y yo estando contigo como un retal feliz de muselina entre tus suaves dedos de tendero que hoy, como siempre en cada nochebuena, se han hecho largos, cálidos, infinitos, para acoger despacio la alegría que hay en el aire y ponerla entre mis ojos, para romper las lágrimas del tiempo y hacer despacio un nido en mi orfandad que hace un instante apenas ha endulzado, resucitándote, una copa de anís.

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