OPINIóN
Actualizado 26/12/2016
Antonio Matilla

(desde mi ventana: salida del Sol en el Solsticio de invierno)

Me emociona pensar, cuando se acerca el 21 de diciembre, que los días van a empezar a crecer, muy lentamente, acumulando energía solar en el interior de las piedras y de las células, que luego eclosionará en colores vegetales y en piel invernal, casi albina, transparente por el forzoso resguardo invernal. Debo ser un poco raro porque, en estas tierras, los efectos del solsticio se hacen de rogar, casi tanto como aquello de "largo me lo fiáis, Sancho". Y, en estos tiempos de inmediatez y globalización, quizá sea más práctico irse al otro hemisferio, a alguna playita tropical o, simplemente, veraniega. Debe ser un efecto colateral del colonialismo, que nos come el tarro aquí y pretende comérselo también a los del otro hemisferio, que deben estar en pleno solsticio de verano.

Pero lo del solsticio tiene su aquel, porque ya los constructores de Stonehenge o los del corredor luminoso de Newgrange, en Inglaterra e Irlanda respectivamente, se fijaron en lo verdaderamente importante, que era el Sol (sol-sticio). Solsticio es una palabra que confunde, porque informa de la quietud del sol ("el sol que está quieto")?y va a ser que no, que "si muove", al decir del gran Galileo, o nos movemos nosotros, o ambos, permanentemente. Pero, claro, luego vinieron los judíos y los cristianos y se empeñaron en que tanto el Sol, como las plantas y animales que viven de su calor y el hombre que contempla extasiado todo el proceso, eran criaturas y, poco a poco, en un proceso rapidísimo (pensemos que los períodos astronómicos y las evoluciones biológicas son lentísimas) les quitaron todo el encanto y la magia. Y después entraron en escena los científicos modernos, que nacieron en ambiente cristiano y eran y muchos siguen siendo cristianos, y acabaron de rematar la faena: a nuestro Sol apenas le quedan ochocientos millones de años de vida útil y, para entonces, o la especie humana -o en lo que ésta haya evolucionado, si es que ha sobrevivido-, tendrá que emigrar a otro sistema estelar o fenecer entre las ruinas congeladas del antiguo hogar patrio o matrio. Y ese sistema estelar puede estar a diez mil millones de años-luz de distancia. ¿Cómo llegar hasta él?

Bueno, falta mucho para eso. En todo caso, la Astronomía, la Física nuclear y la Biología han vuelto a "encantar" un poco el mundo porque, aunque cada ser humano sea una mónada, que de una manera intencional contiene en sí todo el Universo, resulta que tiene, tenemos, nuestro corazoncito. ¿Y podrá encontrar este corazón humano sosiego y paz entre tanta maquinaria que actúa, ¿aplasta?, a la vez, a grandísima y, a pequeñísima escala? ¿Podrá sentirse amado en su pequeñez, o más bien descartado como mínima mota de polvo irrelevante en la historia del tiempo (Stephen Hawking dixit et scripsit)? En esta escala grandiosa del Universo, yo al menos soy consciente de que perderé toda conciencia material en pocos años. Y llegado ese momento ¿qué? Y mientras tanto ¿qué?

A la vista de toda esa complejidad, creo yo que no están los tiempos para trazar fronteras y exclusiones entre los creyentes en el solsticio de invierno y los cristianos amantes de la Navidad. A mí, como cristiano, no me molesta el solsticio, solo me cabrea que, en esta latitud de nuestro hemisferio, tarde tanto en hacer efecto. Como amante de la Ciencia, me encanta que esta me amplíe los horizontes y me ayude a ponerme ante el Misterio del amor de Dios, Creador del Universo, del que vivo, pero al que no puedo dominar. Un Dios que se ha encarnado, se ha hecho mitocondria y quark y es el Logos ?el sentido, la realidad profunda- de toda la creación, tanto de lo más grande, como de lo ínfimamente minimalista, incluida mi vida.

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