OPINIóN
Actualizado 26/12/2016
Jesús Garrote

Todavía existen profesores que piensan que motivan suspendiendo. Llevan un trimestre entero dando clase a las paredes y comunican en la reunión de evaluación que los chicos no han entrado en su asignatura, que no la han trabajado y que no han hecho nada en el examen. A estas alturas el orientador, los tutores, etc, no tienen margen de maniobra para ayudar a estos chicos a motivarse o creerse que lo pueden intentar. Tampoco a hacer terapia con el profesor para que su soberbia le permita dar clase de otra forma, incluyendo a todos los alumnos.

Poneros en el lugar de un alumno que lleva todos los días asistiendo a clase sin entender nada. No hablo de los que se han pirado, hablo de los que han estado marginados dentro del aula hora tras hora sin autoestima, ni para revelarse. Esto pasa incluso en la Formación Profesional, para ser jardineros, ayudantes de cocina, peluqueros, etc. En una mayoría de ocasiones los suspendidos serían los mejores profesionales.

Pero el suspendedor saca pecho y se cree la hostia y además lo argumenta. No se da cuenta que es su fracaso, que ha sido incapaz de ayudar a aprender a su alumno que es para lo que le pagan. Evidentemente no podemos con todos, pero al menos no sentirse orgulloso de suspender a más de la mitad de la clase y reírse de ello. Al menos un poco de humildad y autocrítica.

Pero a pesar de esto tiene que haber en los colegios otras figuras que empoderen a los alumnos, que les ayuden a sentirse valiosos, que les den herramientas para ser más responsables y recetas para enfrentarse al ego de esos profesores con afán de jueces y rencorosos a la hora de poner notas, por su incapacidad para llevar una clase con respeto e interés. Aprueban al dócil, al esclavo, pero castigan el espíritu crítico.

No es cuestión de regalar notas, es cuestión de trabajo cooperativo, por proyectos, de valorar lo positivo de cada alumno y que tenga un protagonismo en el proyecto, sea un jardín, una ventana, un motor, un plato de cocina, una reacción química, una obra de teatro, o una redacción.

Algunos todavía no se han enterado que un aula no es una colección de papagayos, ni una piara de ovejas, que ellos son mediadores de la realidad, no sumos sacerdotes. El profesor debe ampliar recursos en el alumno, debe engrandecerlo, no humillarlo aunque sólo sea con la indiferencia.

Incluso cuando alguien consigue a pesar de todo recuperar la ilusión y la esperanza de estos alumnos al margen de ellos, frivolizan e ironizan cuando tienen inteligencia para ello. No es cuestión de espíritu navideño, es necesidad de justicia social y de oportunidades para los excluidos desde la infancia. Es una manera de transformar la sociedad desde la escuela, de curar corazones heridos y abrir la mente hacia el infinito.

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