En la Universidad de Ohio, un investigador realizó un experimento en el que alimentó a conejos con dietas altas en colesterol, y acarició a un grupo especial de ellos. Los acariciados tenían un índice de cincuenta por cien menor de arteriosclerosis que los otros conejos, alimentados igual pero no acariciados.
El lenguaje de las manos es grande y elocuente: con la mano recibimos, damos, oramos. Alargamos la mano para saludar, consolar, acompañar en el dolor. Es cierto, pues, que con la mano puedo construir y destruir, acariciar y pegar. Quiero fijar la atención en la mano hacedora de bien, la constructora de caminos y ciudades, la que acuna niños y ancianos, la que sana a los enfermos y borra las heridas del pasado.
Entre todas las manos está la materna: esa que con sólo pasarla por la frente del niño, aleja todos los nubarrones y pesares, infundiendo fuerza y seguridad en su corazón. Las manos de una madre siempre están abiertas, porque su corazón no está cerrado al amor, a la entrega, al cariño.
Basta poner la mano a un anciano o enfermo, para que éstos sientan la calma y el alivio. Sin duda que las caricias tienen un poder curativo enorme. No obstante, vivimos en una sociedad en la que los niños apenas tienen contacto con sus padres y los seres humanos; por eso les regalamos ositos de felpa y mascotas.
Las manos son poderosas: hablan, gritan, hacen historia. "Rodín ha hecho manos pequeñas, manos sueltas que, sin formar parte del cuerpo están vivas de todos modos?., manos en movimientos, manos dormidas, manos que se despiertan, manos cansadas?, ellas tienen su propio desarrollo, sus propios deseos, sentimientos y humores y sus ocupaciones favoritas" (Rilke).
Jesús sabía el poder sanador que residía en sus manos. Un día le llevaron a un ciego pidiéndole que lo tocase. Cogiéndolo de la mano?, le aplicó las manos por dos veces y el hombre vio del todo (Mc 8, 22-26). Jesús toca al ciego y le enseña a tocar lo que le rodea, a tomar contacto con la naturaleza: árbol, mar, agua, amanecer?
Cada persona, pues, puede con sus manos llevar luz, abrir ojos y oídos. Cada uno puede sanar, consolar, aliviar los dolores y traumas de otra persona. Simplemente con una palmadita, o tocando con amor al otro. Las manos tienen que ser siempre mensajeras de amor, de paz, de bien, manos como las de una madre, manos como las de Jesús.
El tiempo de Navidad, es un tiempo propicio para tender una mano al caído, al necesitado, para "robustecer nuestras manos" para que puedan seguir bendiciendo y sosteniendo al débil y herido.