Queridas amigas y amigos:
Con estas dos ilustraciones de un viejo libro de cuentos alemán, debidas a Paul Hey, os deseo a todos los amigos de esta página y a cuantos la seguís, una Feliz Navidad y un Año Nuevo. Este libro lo descubrí el pasado verano en una casa de Ibiza y en uno de esos momentos en que no estaba sumergido en la creación de mi nuevo libro, "Memorias del estanque". Había mucho calor, pero palabras e imágenes trajeron como una brisa fresca hasta mi cuaderno.
Son dos ilustraciones ?fundidas por la unidad de la noche, por la presencia de los astros? pero que, simbólicamente, nos señalan dos caminos. En una de ellas, los niños miran hacia los astros y me acordé de aquel verso mío que dice: "Todo lo que está arriba guía siempre". En ella hay un afán de los seres y de su hogar de ascender, de mirar más arriba, de ir más allá. Y en el hecho de que en esa contemplación participen niños, hay una verdadera iniciación.
En la segunda de las ilustraciones, por el contrario, los seres humanos descienden por un sendero nevado hacia lo hondo de un valle, hacia unas luces que brillan fogosas a lo lejos. Podíamos decir que es el descenso hacia nosotros mismos, hacia cuando en nosotros hay de secreto y profundo. Son dos visiones de la realidad ?o dos actitudes frente a ella? pero con una misma aspiración hacia lo misterioso y lo secreto.
Dos caminos ?el de unos ojos que contemplan y el de unos pasos que crujen sobre la nieve? que parecen ir hacia (y venir de) un camino más misterioso aún y secreto: el de una misma noche y el de unos mismos astros que guían siempre a la hora de ascender o de descender en la vida: el de un firmamento que oculta cuanto desconocemos, que todavía es mucho.
Todo en la vida es dualidad, pero necesitamos unificarla siempre ?¡aunque nos cueste!? en una idea de plenitud, siguiendo una misma senda. Especialmente vosotros, que amáis la poesía, sabéis que esa senda puede ser la de la poesía, la de la palabra inspirada. Y hay en las dos ilustraciones una música maravillosa que no oímos, pero que a la vez la sentimos y la amamos, porque no podríamos vivir sin ella.
Gracias siempre por vuestra cercanía y afecto, aunque sea de noche y el camino sea estrecho, aunque a veces nos lluevan silencios o pruebas. La palabra poética seguirá siendo la que nos sane y salve, la que nos siga entregando esa plenitud en la que ya no hay dualidad.
Porque en la noche del ser siempre hay una luz que salva. Puede ser la de ese farol que ilumina el sendero; puede ser la de un astro que guía arriba. Puede ser la que habite dentro de nosotros mismos. Esa luz o lumbre que a veces tenemos que encender, porque está tibia. O apagada.