OPINIóN
Actualizado 21/12/2016
Redacción

Se murió Rita en pleno prejuicio social. El juicio oficial había comenzado ya su andadura pero el prejuicio llevaba ya muchos meses por delante. Y ahí ya fue declarada culpable. Inapelablemente. Claro es que lo parecía. Tenía a todos sus colaboradores tocados y muchos hundidos ya. Algunos con firme condena y otros en trámite de ello. Eso hacía que apuntáramos a ella desde cualquier foro o plataforma. Ya estaba prejuzgada y condenada. Apartada del todo (demasiado cruelmente) por su partido, aun le quedaba su cabezona presencia innegociable y personal en la última bancada del senado. Una apestada civil y política.

Se fue a morir de modo inesperado entre declaraciones ante el juez y entre sesiones del senado. A pie de playa. Apenas a cincuenta metros del lugar de trabajo y del origen de todas las marejadas. Y eso conmociona a un país. Un país que ahora se pregunta si actuó bien o mal con el peso del prejuicio y el acoso. Que se pregunta sobre el grado de humanidad de sus representantes. Y aparecen ahí peligrosas zonas en claroscuro que parecen darnos miedo. Esas sombras que amenazan y hasta puedan matar. La absoluta limpieza exigida en la actuación pública (después de saber de dónde venimos y cómo nos las gastamos hasta hace bien poco). Las responsabilidades colaterales. Las lealtades mal entendidas. Y hacérnoslo mirar sobre la escasa piedad después de las caídas. Las farragosas instrucciones judiciales de ciertos casos. Algunas más que dudosas. La presunción de inocencia ya en el limbo. Y la disparidad y falta de equidad en las sentencias. Todo eso que en un malherido estado de derecho aún se valoraba hace bien poco.

No sé cuánto durará el impacto y la auto reflexión pública impuesta ante la inesperada muerte de Rita. Cuánto se seguirá hablando de lo oportuno (o inoportuno) de su infarto. Si todo eso servirá para apaciguar algo tanta hambre inquisitorial. Si los medios sopesarán algo más antes de emitir prejuicios. Y si el común del ciudadano usará más la cabeza (y no tanto el corazón) para no tratar con tanta simpleza el análisis de casos que en manos de jueces ofrecen tanto enrevesamiento y complicación. O todo se hace tremendamente fácil o increíblemente difícil. No hay un término medio. Y eso no parece ser demasiado bueno.

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