La Salve ha sido quizá la más conocida de las oraciones específicamente católicas, una antífona mariana, de origen medieval, dirigida a la Madre de Jesús, pidiéndole que sea intercesora misericordiosa ante su Hijo Jesucristo.
Me parece hermoso presentarla y comentarle en este Adviento, al final del Año de la Misericordia. No es, como diré, la única oración de María, pus a su lado ha de ponerse el Magníficat, que es el canto de la justicia radical (¡derriba del trono a los potentados...!). Pero es también importante, pues nos sitúa ante la maldad radical de la vida (¡destierro, valle de lágrimas, campo de destierro y llanto!), haciendo que podamos abrir los ojos del corazón en gesto de esperanza.
Cuentan que un día, en su famosa Cátedra de Filosofía, el profesor D. José Ortega y Gasset estaba explicando el análisis existencial de M. Heidegger, el más radical de los pensadores del siglo XX, comentando temas como caída y finitud del hombres, estar arrojado y perdido en el mundo... y de pronto se paró y pregunto al alumno más sabio del grupo: ¿Puede usted compararme el análisis de Heidegger con la Salve Cristiana?
Siguen diciendo que el alumno sabio contestó que Heidegger era un pensador excelso, mientras que la Salve era una oración de incultos supersticiosos...
Pues bien, Ortega, famoso por su durísima ironía, le dijo: Usted, alumno mío, no es inculto y supersticioso, sino algo muchísimo peor, es un idiota. No existe, que yo sepa, en la historia de occidente un texto que mejor refleje la condición del hombre, la Goworfenheit, que la Salve cristiana. Pero quizá a Heidegger le falta la Madre.
En este contexto, entre Heidegger y el final del Adviento, he querido ofrecer un breve análisis de la Salve, como oración de Adviento, una oración que no es todo para los cristianos, pero que sigue siendo importante.
Imagen: Una representación tradicional de Santa María de la Salve (como la que tenía en su mente el "famoso" alumno de Ortega, del primer tercio del siglo XX, quizá alejada de nuestra sensibilidad, casi un siglo más tarde. Al final he querido poner,al lado de la imagen de María, para quien siga leyendo, una fotografía de estudio de J. Ortega y Gasset. Buen final de Adviento, con María (y con Ortega y Gasset, es decir, con el pensamiento).
Salve, una oración de misericordia
María ha sido para los cristianos un signo especial de la misericordia, como lo muestra la Salve, una antífona mariana, del XII d.C., que le atribuye y aplica los signos fundamentales de la misericordia de Dios:
Salve, reina y madre de misericordia;
vida, dulzura y esperanza nuestra, Salve.
A ti clamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos,
gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
Ea pues, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
Los nombres de la Madre
‒ La Madre de Jesús es Vida (Hayyim), palabra que define a Dios, en sentido intensivo: Yahvé mismo es la Vida, de manera que en él y solo en él existe todo lo que existe (como supone Jn 1, 4-5, que atribuye la Vida también al Logos de Dios que es Jesucristo.
‒ Ella es Dulzura, tema que puede aplicarse al Espíritu Paráclito y que Pablo atribuye de un modo especial a Dios (2 Cor 10, 1). Pues bien, en esa línea, la Salve identifica de algún modo la dulzura de Dios y del Espíritu Santo con María Madre.
‒ María es finalmente esperanza, tema que el Antiguo Testamento vincula con Dios (cf. Jer 17, 7; Sal 61, 4; 71, 5), y el Nuevo Testamento con Jesús, que anuncia y prepara la esperanza de Dios en el Reino. Pues bien, ahora, la esperanza de Dios y de Jesús se expresa por María.
Invocación
Tras haberla presentado de esa forma, los orantes la invocan: A ti clamamos los desterrados hijos de Eva?
No están en su patria, sino arrojados, lejos de Dios, como pueblo de sufrientes (pobres, vencidos? ), y así vienen suplicantes a María, la madre buena que nos ha liberado del riesgo de la madre mala, Eva, marcando así el cambio de señorío, el paso del dominio de Eva (madre de pecado, destierro) al de María, madre de misericordia. Esta visión de las dos madres, y el paso de la mala a la buena (propio de la gnosis del siglo II-III d.C.) se interpreta aquí en forma mariana.
La Salve nos sitúa ante el motivo de la búsqueda de madre, propio de una sociedad de abandonados, desterrados, que quieren liberarse de este cuerpo de pecado, para alcanzar la misericordia, diciendo: A ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas... No se acusan de ningún pecado, no son culpables por ninguna falta, social o individual, pero sufren y lamentan un destierro que proviene del pecado original de Eva, mala madre, por cuya falta padecen.
Como los hebreos en Egipto
Esta oración retoma el motivo de los hebreos en Egipto, a quienes Dios mismo escuchó desde su altura (cf. Ex 2-3). Pero los desterrados de la Salve no llaman a Dios, ni buscan ayuda en esta tierra, pues saben que en ella nada puede cambiarse, sino que se dirigen a la Madre buena (a ti suspiramos, gimiendo y llorando) para decirte tres cosas:
‒ Ea pues, Abogada nuestra... Conforme a la tradición de la Iglesia, según el evangelio de Juan, el Abogado defensor de los creyentes es el mismo Espíritu Paráclito, cuya función asume aquí María, que aparece así como Espíritu divino, en forma de mujer/madre, Reina y Señora, Abogada defensora de de los creyentes. María aparece así como enemiga del Diablo destructor, a quien se dice que ha vencido (cf. Gen 3, 15; Ap 12, 1-5. Este pasaje de la Salve nos sitúa ante una visión de gran fuerza, que ha calado en la conciencia de los sufridos cristianos de occidente, del XII d.C. hasta la actualidad.
‒ Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos. María es presencia de Dios en forma de Madre y Mujer. Estos ojos de María son sin duda aquellos ojos de Dios que miraban la opresión de su pueblo en Egipto (Ex 2, 23-25; 3, 7-8), apareciendo como misericordes, portadores de misericordia. El orante sólo pide a María que vuelva sus ojos y le mire (nos mire) en comunicación de amor. Al hijo pequeño le basta con saber y sentir que la madre lo hace mira.
‒ Y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre Algunos han pensado que Dios mira con ojos de pura justicia. Pues bien, en contra de eso, el orante de la Salve sabe que Dios mira (a través de María) con ojos de misericordia. Por eso, no pide nada (salud, dinero, amor humano, victoria?), sino una mirada, y la certeza de que al fin de la misma María le llevará Jesús.
Anticlímax.
Y así termina la oración, con títulos propios de Dios de Ex 34, 6-7), pero aplicados a María, para definir su misericordia:
‒ Oh clemente. La clemencia era propia de Dios; pues bien, aquí se atribuye a la madre de Jesús, que aparece como signo personal del perdón de Dios, que no juzga a los culpables, sino que los libera del castigo.
‒ Oh piadosa. Éste es el nombre del Dios de la alianza (hesed), que se aplica aquí a María, con una palabra que no puede aplicarse sólo a la vida tras la muerte, sino que se expresa a la tarea de los hombres que han de ser misericordiosos entre sí (piadosos, religiosos) desde este mundo, en la línea de las obras de misericordia.
‒ Oh dulce. María es dulce y fuente de dulzura en un mundo de amargura, exilio y llanto, arrojados, caídos, en orfandad y muerte. En ese contexto, el orante llama y siente a la Madre de Jesús como dulzura (como leche que alimenta, sacia y anima a los hombres en la tierra prometida del Antiguo