Pero hoy, cuarto domingo de Adviento de este año (que para la Iglesia es ya de alguna forma el 2017) quiero comentar ya el evangelio de Mateo, que nos irá acompañando a lo largo de todo el año litúrgico, pues como bien sabemos la liturgia nos invita a recorrer cada tres año el camino de un evangelio sinóptico (el de Juan va mezclado entre los tres).
Empieza, pues, el evangelio de Mateo, para leer, para vivir, para soñar, para practicar a lo largo del 2017. Si Dios me sigue dando salud, os acompañaré con Mateo cada domingo normal de este nuevo año, pues me he venido preparando durante muchos años (y ahora al fin durante varios meses) para publicar un comentario de Mateo, verá la luz hacia el verano (si todo va normal). Pero aquí puedo empezar ofreciendo algunos materiales.
Debería haber comenzado con la genealogía de Jesús (Mt 1, 17), pero la liturgia de este domingo de Adviento nos introduce en la Navidad (y en todo el año 2017) con el texto de la generación de Jesucristo (Mt 1, 18-25), como seguirá viendo quien lea.
Es un acontecimiento gozoso éste de poder volver al evangelio de Mateo, y leerlo cada domingo, y gozarse una vez más de leerlo, de vivirlo... Con esa alegría ofrezco esta primera postal de Mateo, mi viejo amigo, compañero fiel a través de tantos años... Buen domingo final de Adviento a todos, buena preparación de Navidad, con los tres primeros de Mateo, en este orden: José, María y Jesús.
Imagen. Logotipo de Mateo: Evangelista con ángel. Desde tiempo muy antiguo, la Iglesia ha representado a Mateo con un ángel (Marcos con León, Lucas con Toro,Juan con Águila...), quizá porque escribe como un ángel, o porque un ángel le enseña a ver las cosas... o porque su primer personaje (como veremos en la lectura de hoy) es un ángel dialogando con José, de manera que algunos han podido decir que el signo del ángel representa a José, más que Mateo (o a los dos a la vez)
Notas: Ofrezco un texto de cierta densidad, pero quiero que puedan leerlo todo los interesados por el tema. Por eso dejo para el fin cuatro notas de tipo más erudito, con bibliografía (para más curiosos o especialistas).
Nacido por el Espíritu Santo (1, 18-25) (1).
La genealogía de Mateo nos sitúa ante el conjunto de la historia israelita, representada por los patriarcas (1ª parte), los reyes de Judá (2ª parte) y los retornados del exilio (3ª parte), que no han logrado reconstruir el reino, hasta Jesús. Las cuatro mujeres anteriores de esa genealogía han puesto de relieve la aportación o, quizá mejor, la novedad femenina en el origen de la vida, y esto es algo que aparecerá con toda fuerza en el caso de Jesús, hijo de María, por el Espíritu Santo, como supone este pasaje cuando dice, al final de la genealogía que "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, el llamado Cristo" (1, 16).
Así dice el evangelio de este domingo... con él ángel que dialoga con José sobre el misterio (por eso he dicho que Mateo es un evangelio con ángel):
1 18 Así fue la generación de Jesucristo estando María, su madre, desposada con José, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
19 José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. 20 Mientras pensaba en ello, se le apareció en sueños el ángel del Señor que le dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en llevar a María, tu mujer, a casa, porque lo engendrado en ella viene del Espíritu Santo. 21 Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.
22 Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: 23 Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros". 24 Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer 25. Y no la conoció hasta que dio a luz un hijo, a quien puso el nombre Jesús (1, 18-25) .
Este relato incluye aspectos de carácter teológico y antropológico, cristológico y sacral, que no pueden resolverse en un simple comentario. Aquí dejo a un lado variosrasgos que son importantes en otro plano (de crítica histórico/literaria) para centrarme en aquellos que son más significativos, en línea de mensaje, es decir, en perspectiva de novedad cristiana:
? Este pasaje nos sitúa ante una concepción nacimiento irregular. En clave de ley, desde el punto de vista de José, Hijo de David y portador de su promesa, el surgimiento de Jesús se opone al orden patriarcal y nos sitúa en los bordes del mayor "pecado" posible: El adulterio como ruptura del orden familiar. El esposo/padre José, que decide abandonar a María, dejándola a su suerte, aunque sin condenarla externamente, con el hijo ya engendrado, es el signo de una religión que quiere separar a los judíos de los extraños, impuros, diferentes (gentiles), no pudiendo acogerles en su casa, en su comunidad (que en este caso sería la comunidad judeo-cristiana) .
? El evangelio amplía la visión de Dios. En contra de lo que podía esperar cierto judaísmo (o judeo-cristianismo), Dios se expresa y actúa a través de una mujer irregular, María, en la línea de las cuatro ya indicadas (extranjeras, problemáticas) para fecundarla con su Espíritu Santo, a fin de que ella sea madre del mesías. Ciertamente, José, que es hombre justo, hijo de David "según la carne" (cf. Rom 1, 3), quiere actuar según ley, en obediencia a la legalidad del propio grupo (es decir, de un tipo de judeo-cristianismo) .
? El Espíritu Santo se identifica con la misma acción y presencia de Dios que se revela creadoramente, a través del gesto acogedor de María, superando un tipo de ley patriarcalista simbolizada por José, que era hombre justo (di,kaioj: 1, 19). Allí donde reinaba un orden de justicia eterna, simbolizada por el padre de familia, en línea de buena ley (por medio de José, hombre justo), viene a elevarse/revelarse la más alta función de María, mujer y madre, que aparece como signo de acogida universal humana, en línea de gratuidad .
Los tres elementos (Dios, Espíritu Santo, José) se encuentran vinculados: la presencia directa de Dios, expresada por la acción de Espíritu Santo en María, supera un tipo de patriarcado (israelita, masculino) de José. Al insistir en la concepción virginal", por medio de María, Mateo indica así que Jesús ha desbordado el nivel del patriarcalismo legal en que se mueve la genealogía anterior de los varones, abriéndose a la universalidad de lo humano, conforme al ejemplo de las cuatro mujeres irregulares.
En ese sentido, a pesar de la línea de los 42 limpios varones/padres de 1, 1-16, el origen de Jesús resulta legalmente irregular, de tal forma que para aceptarle resulta necesario superar un tipo de Ley, cosa que debe hacer al fin José, acogiendo a María y a su hijo. A través de José (que tiene fe y acoge la palabra de Dios, como hará Pablo), Jesús será asumido en la nueva familia mesiánica, pero no por sangre o semen patriarcal, sino por obediencia y decisión creyente, en la línea de la descendencia según la promesa, y no según la carne (Rom 9, 8) .
Eso significa que Jesús es plenamente judío, pero no en un plano de Ley nacional (según la carne), sino por obra del Espíritu, en la línea de las cuatro mujeres. De esa forma, adoptado por José e integrado en el pueblo de la alianza (cf. 1, 20-25), siendo judío de ley, Jesús vendrá a expresarse como principio de nueva humanidad. Así lo ha mostrado Mateo, proyectando y uniendo en la concepción los dos momentos que Pablo había separado en Rom 1, 3-4 (Hijo de David según la carne, Hijo de Dios por la resurrección), pues, Jesús nace al mismo tiempo como Hijo de David e israelita (adoptado por José) y como Hijo de Dios universal (por acción del Espíritu en María) (2).
‒ María, su madre, estaba encinta, por obra del Espíritu Santo (1, 18). No se dice cómo, no tiene que decirse, aunque por el contexto sabemos que la acción maternal de Dios sobrepasa el nivel legal-patriarcal de Israel según la carne, para inscribirse en el plano más hondo de la maternidad humana, representada por María. Conforme a Lc 1, 26-38, María dialoga con Dios, pero Mateo ha preferido dejar su función en un rico silencio apofático, pues ¿cómo se puede decir lo que está más allá de la Ley y las palabras? . Pues bien, Recibiendo a María en su casa, José supera el nivel de la carne, apareciendo como creyente que acoge la obra de Dios y no como patriarca que actúa con sus fuerzas Entendida así, la concepción por el Espíritu nos pone ante la creatividad mesiánica de Dios, que, siendo vida eterna, se ha expresado para siempre por María .
‒ José, Hijo de David (1, 20) debe superar la "justicia de la carne", acogiendo la concepción de María por fe (más allá del patriarcalismo genealógico) y aceptando la acción del Espíritu de Dios, pues el nacimiento de Jesús va más allá de la esperanza nacional judía, como misterio de fe, por encima de un plano biológico y legal . Por medio de ella, superando el patriarcalismo legal de José, se expresa la creatividad del Espíritu de Dios (1, 18.20), anticipando el despliegue posterior del evangelio: el bautismo (3, 17), el envío trinitario? (28, 16-20). Por nacer del Espíritu (no de la ley), Jesús será mesías universal, de manera que su misma biografía (nacimiento, decurso vital, muerte) es signo y presencia del Espíritu divino, revelación de Dios .
‒ Espíritu Santo. A través de la mujer/María y superando el patriarcalismo legal de José, viene a expresarse la creatividad del Espíritu de Dios (1, 18. 20), anticipando algunos rasgos centrales del despliegue posterior del evangelio, como son el bautismo en el Espíritu (3, 17) y el envío final en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu (28, 16-20). Por nacer del Espíritu de Dios (por encima de la ley nacional judía), Jesús será mesías universal. De esa forma, su misma biografía humana (nacimiento, decurso vital, muerte/pascua) son signo y presencia del Espíritu divino, revelación humana de Dios sobre la tierra (3).
2. Espíritu Santo, Palabra del Ángel, Emmanuel (1, 18-25).
El protagonista de la escena es Dios, a quien el texto presenta como Señor (ku,rioj), según la terminología usual de las traducciones griegas de la Biblia. Pues bien, ese Dios se expresa y actúa de tres formas que se encuentran implicadas:
‒ Espíritu Santo. María aparece silenciosa, acogiendo en su seno (en su vida) el fruto del Espíritu, como ha dicho el narrador (1, 18) y confirma el ángel (1, 20: lo engendrado en ella es del Espíritu Santo (ek pneumatos habiou). El texto supone así que hay cierta connaturalidad entre Espíritu (Santidad de Dios, poder generador) y María (humanidad fecunda). A diferencia de lo que sucede en Lc 1, 26-38, ella aparece aquí silenciosa, forma parte del misterio, no tiene que decir nada, pues su acción es anterior a todas las palabras. Pues bien, ese silencio no es carencia de comunicación, sino palabra/acción más alta, como la acción de las mujeres de la pascua (27, 55-66. 61; 28, 1-10). En una línea semejante se sitúa la mujer de 26, 3-13, que tampoco dice cosas con palabras y, sin embargo, expresa la Acción primordial de Dios en la vida de Jesús.
‒ Ángel revelador (por José). La obra del Espíritu en María es un misterio apofático, inscrito en la acción creadora de Dios, en el silencio originario. Por eso, la comunicación de ese misterio necesita la palabra clarificadora del Ángel o Enviado del Señor (angelos kiriou) que habla en sueños a José, penetrando con su luz en la noche de su justicia legal, haciendo que él invierta su anterior decisión y acoja a María (1, 20). Ese Ángel traduce la acción del Espíritu en Palabra, para que José comprenda y responda de un modo creyente. El Espíritu Santo actuaba sin palabras, pues se identificaba en el fondo con la vida de Dios. Pero José necesita una palabra de interpretación, que le viene por el Ángel del Señor en sueños, al servicio de la obra del Espíritu en María. Él aparece así como representante de las promesas patriarcales, que han de pasar ahora del plano de la carne al del Espíritu: "No temas recibir a María tu esposa?", pues ha concebido por obra del Espíritu .
‒ Dios con Nosotros, Emmanuel. Las dos líneas anteriores de acción/presencia de Dios (el Espíritu en María, el Ángel de Dios en José) se identifican y culminan en el surgimiento del Niño que, conforme a una valiosa experiencia de Israel, recibe el nombre de Emmanuel, Dios con nosotros (Is 7, 14). En este plano, ya no existe mediación/identificación interior (Espíritu en María), ni exterior (el Ángel/Dios que habla a José), sino identidad plena de Dios con el que nace, Dios con Nosotros. Esta experiencia del Emmanuel en el nacimiento de Jesús, como presencia de Dios, por obra del Espíritu en María, según la palabra del Ángel a José, culminará al final del evangelio, cuando Jesús reciba todo poder en cielo y tierra, diciendo "estaré con vosotros todos los días hasta el final/cumplimento del tiempo" (28, 16), culminando aquello que había comenzado en 1, 18-25 .
Los tres elementos (Espíritu en María, palabra del Ángel a José, Jesús como Dios con nosotros) se encuentran implicados. María aporta la experiencia fundante y creadora de la vida humana. José debe acoger en fe la presencia del Espíritu en María. Ambos, María y José, deben unir sus experiencias, el aspecto materno y paterno de la visión de Dios y de vida humana, desde la certeza y camino del Dios con nosotros. En esta línea se vinculan el principio (1, 18-25) y final del evangelio, cuando el Ángel aparezca como testigo de la Pascua, para llevarnos de la tumba vacía de Jesús (28, 1-7) a la montaña de la revelación y misión universal (28, 16-20). En esa línea, siendo israelitas, María y José expresan y simbolizan la revelación universal de Dios:
? Como mujer persona (en la línea de las cuatro de 1, 2-16) María, simboliza la humanidad entera, como lo ha sentido y expresado la fe de la iglesia. Ella precede a las leyes nacionales de Israel, de tal manera que su figura se ilumina desde una experiencia religiosa más extensa. Por ser mujer y madre, ella es signo de Dios y representa al conjunto de los pueblos, pero con una novedad: Las madres divinas de las grandes religiosas son sólo signos religiosos; pero, María, la madre de Jesús, es una persona histórica.
? José, en cambio, realiza una función israelita (es Hijo de David), aunque debe superar ese nivel. Por eso, el Ángel le pide conversión: que acepte a María, es decir, que la acoja y se ponga al servicio de Dios (esto es, del niño que ha de nacer de ella). Este pasaje anticipa un tema esencial del evangelio: Jesús pedirá a los judíos (cf. viñadores: Mt 21, 33-45) que pongan los frutos de campo al servicio del Reino de Dios, es decir, de todos los humanos. Mateo sabe que José ha respondido a la palabra de Dios, acogiendo a María (superando así un tipo de ley que se cierra en sí misma), pero muchos judíos no lo harán, como indica de 28, 11-20, con la que termina y culmina el evangelio (4).
Notas:
(1) Cf. Dios como Espíritu y persona, Sec. Trinitario, Salamanca 1989, 353-436 y Amiga de Dios. Mensaje mariano del NT, Paulinas, Madrid 1996, 117-143. Visión monográfica en S. Muñoz Iglesias, Los evangelios de la infancia IV, BAC 509, Madrid 1990. Cf. S. Benko, Los evangélicos, los católicos y la Virgen María, C. Bautista, Barcelona 1981, 118-140; S. Blanco y otros, María del Evangelio I: Mateo: EphMar 53 (1993) 9-80; R. E. Brown, El nacimiento del Mesías, Cristiandad, Madrid 1982; P. Grelot (ed.), Joseph et Jésus, Beauchesne, Paris 1975 (=DS 8, 1974, 1289-1323); A. Serra, Biblia, NDM, 307-313. Entre comentarios, cf. Lagrange, Matthieu, 9-18; Schlatter, Matthäus; Luz, Mateo I, 135-153.
(2) El buen judaísmo de José es signo y lugar de Dios según ley, dentro de unos esquemas de nación y familia sagrada, en obediencia a la estructura de legalidad del propio grupo. Pues bien, el Dios de María supera ese esquema de esa legalidad y se revela, de un modo inmediato, en el surgimiento mesiánico de Jesús, por medio del Espíritu Santo.
El Dios de María trasciende el esquema de esa legalidad/justicia, expresándose por medio del Espíritu Santo, a través de María. Esta acción de Dios nos sitúa de un modo directo ante el misterio de su vida, por encima de la justicia de José (varón israelita), que debe superar la ley de los varones, para aceptar la presencia creadora de Dios en María.
Este pasaje (Mt 1, 18-25) no formula una teoría religiosa, ni proclama unas verdades generales, sino que nos invita a recibir la vida de Dios que se revela de un modo distinto, desbordando los cauces que la ley quiere ponerle. Por eso, José (varón justo israelita) debe "convertirse", superando la ley de un judaísmo sagrado, para aceptar la más alta acción y presencia creadora de Dios en María. José aparece así como intachable según la justicia de la ley, como dice Pablo de si mismo en Flp 3, 6; pero igual que Pablo tuvo que superar esa justicia según ley (tên en nomô), así tuvo que hacerlo José, renunciando a su derecho patriarcal, para ser justo según el Espíritu de Dios
No son hijos de Dios los que nacen de la carne, sino los hijos de la promesa (Rom 9, 8). Eso significa que el verdadero esperma o descendencia de Dios se expresa y expande en línea de promesa, en un plano de fe (como la de Abraham), superando, como José, el nivel de una ley nacional según la carne,
(3) En el origen de la vida hay un silencio superior, propio de Dios, que no es ausencia de voz sino lugar donde toda voz se funda y recibe su sentido. Este es el nivel del símbolo originario, que ha de entenderse no como irracionalidad, sino como proto-racionalidad: origen y fuente de todas las palabras. El hombre no es dueño y creador de su vida, ni logra encerrarla en unas leyes patriarcales, pues la fuente de la vida es el Espíritu de Dios, que se expresa y actúa de un modo ejemplar por María. Este símbolo, expresado por medio de María, madre de Jesús, sitúa su nacimiento en el trasfondo de la experiencia y deseo universal del nacimiento divino, que aparece en muchas religiones, como ha puesto de relieve U. Luz, Mateo, ad locum.
La concepción virginal de Jesús no es mito no el sentido de mentira, leyenda o relato edificante, sino expresión poderosa de la Vida de Dios que se introduce (=está actuando) en la vida humana. Para situar el tema, desde diversas perspectivas, cf. S. Benko, The Virgin Goddes, SHR 49, Brill, Leiden 1993; T. H. Boslooper, The Virgin Birth, SCM, London 1962; S. de Fiores, María en la teología contemporánea, Sígueme, Salamanca 1991; J. C. R. García Paredes, Mariología, SapFide, BAC, Madrid 1995; I. de la Potterie, María en el misterio de la alianza, BAC 533, Madrid 1993; R. Panikkar, Dimensione Mariane della Vita, Locusta, Vicenza 1970.
La tradición eclesial dirá que Jesús ha surgido de Dios (en la eternidad), naciendo de María, en la historia. La fe que el ángel (1, 20-22) pide a José se parece a la fe que los mensajeros de pascua pedirán a los cristianos (Mt 28, 16-20). Cf. P. Grelot (y otros), Joseph et Jésus, Beauchesne, Paris 1975 (=DS 8, 1974, 1289-1323). El Espíritu no sustituye a María/madre, sino que actúa por ella; pero tampoco niega o destruye la función de José, sino que le sitúa en el lugar de la palabra creyente, para aceptar a Jesús como hijo, superando así un tipo de ley de carne. José es por tanto el primer creyente explícito según el evangelio de Mateo, Conforme a la visión de Pablo, Jesús tendría que haber surgido como sperma o descendiente de Abraham (cf. Gal 3, 15-20), nacido de David según la carne (ek spermatos David kata sarka), para ser constituido Hijo de Dios en poder (tou horisthentos huiou Theou en dynamei), según el Espíritu de Santidad, por la resurrección de entre los muertos (Rom 1, 3-4).
Pues bien, llevando hasta su fin esa visión, Mateo ha proyectado la novedad pascual del más alto nacimiento de Jesús por el Espíritu en su mismo nacimiento humano. Por eso, al aceptar la obra del Espíritu de Dios y acoger a María como madre mesiánica, José supera el nivel de un israelita según la carne, para aceptar como mesías de Dios (e hijo propio) al hijo de María. En esa línea podemos hablar de una conversión cristiana de José.
Cf. R. E. Brown (ed.), María en el NT, Sígueme, Salamanca 1982; J. McHugh, La Madre de Jesús en el NT, DDB, Bilbao 1978; D. Muñoz León, El principio trinitario inmanente y la interpretación del NT, EstBib 40 (1982) 19-48; 277-311; X. Pikaza, La Madre de Jesús, Sígueme, Salamanca 1990. Sobre el Espíritu Santo en la concepción de Jesús, cf. M.A. Chevalier, Aliento de Dios, I. Sec. Trinitario, Salamanca 1982; M. D. G. Dunn, El Espíritu Santo y Jesús, Sec. Trinitario, Salamanca 1981.
(4) He presentado el tema en El camino del Padre, Verbo Divino, Estella 1998. Cf. A. M. Dubarle, La signification du nom du Yahveh, RSPh 35 (1951) 3-21; R. de Vaux, Historia antigua de Israel I, Cristiandad, Madrid 1974, 315-348; T. N. D. Mettinger, Buscando a Dios. Significado y mensaje de los nombres divinos en la Biblia, Almendro, Córdoba 1994, 31-64; W. Eichrodt, Teología del AT I, Cristiandad, Madrid 1975, 163-208.
Este ángel que habla a (con) José no es un ángel cualquiera en la serie de aquellos que rodean a Dios y le alaban (que asisten a Jesús, 4, 11; 13, 39; 25, 31, o protegen a los niños, 18, 10), sino el Ángel del Señor, Dios hecho mensajero de sí mismo y caminante, para acompañar a los hombres en la historia y liberarles (cf. Gen 22, 11; Ex 23, 23; 32, 34). Éste es Dios que habla a José, anunciándole aquello que ha realizado en María, lo mismo que anunciará a las mujeres lo realizado en la pascua (Mt 28, 2). En esta línea evocará Ignacio de Antioquía los tres "misterios sonoros de Dios" (Ad Ef 19, 1).
Al culminar su camino de obediencia, José, el justo según la Ley, no viene ya a ponerse ante una ley nueva y más alta, sino ante la misma vida divina que se expresa y nace por obra del Espíritu, a través de la mujer María. Para situar el tema, cf. L. Armendáriz, El Padre materno: EstEcl 58 (1983) 249-275; S. del Cura, Dios Padre/madre, en Dios es Padre, Sec. Trinitario, Salamanca 1991, 277-315; R. Hamerton-Kelly, Theology and Patriarchy in the Teaching of Jesus, Fortress, Philadelphia 1979. He planteado el tema en La Madre de Jesús, Sígueme, Salamanca 1989, 287-406.