"La no violencia: estilo de una política para la paz". Es el lema para la 50 Jornada Mundial de la Paz del 1 de Enero de 2017. Estos años de atrás hubo muchas voces ¿intelectuales? que postulaban que la Religión, así, en general, era causa de violencia y de guerra. Si así fuera, habría que convenir en que, si la religión o las religiones propiciaban la guerra, lo harían haciendo un mal uso de la palabra, porque si algo rige las religiones es la palabra y el sentimiento.
Hubo un gran experto en el manejo y uso revolucionario de la violencia que preguntó alguna vez que dónde estaban las divisiones (se entiende que militares) del Papa. Se ve que a Josif Stalin se le había olvidado su etapa de seminarista, que a buen seguro estuvo centrada en el conocimiento, uso y disfrute de la Palabra de Dios, aunque luego renegara de ella. Como buen revolucionario, parece que se había convencido de que lo importante es el poder y que, por más "ejército" de predicadores que tuviera el Papa de Roma, el poder, o sea "el cielo", al decir de un neocomunista muy actual, se conquista de otra manera, mediante el uso planificado de la violencia propagandística, la manipulación cultural, la asfixia económica, el proceso social revolucionario y, si fuera menester, la fuerza pura y dura, policial hacia dentro y militar, guerrera, hacia todas partes. Por el lado contrario, aunque usando métodos parecidos, los secuaces de Hitler ni se molestaron en preguntar por el poder de la Religión, sino que, de modo industrial intentaron aniquilarla en el Holocausto, que no fue solo judío, pero ante todo judío.
Aquel totalitarismo hizo como que se derrumbaba en 1989, simbolizado en el Muro de Berlín, pero no acaba de fenecer y sigue guiando a grandes masas de la población mundial, sobre todo en Asia y en alguna querida isla caribeña. El otro, suicidado oficialmente en mayo de 1945, rebrota en Europa en partidos xenófobos y racistas varios, para nuestra vergüenza. Pero la violencia, como manera principal de gestionar la política, ha encontrado nuevos valedores, especialmente dentro del mundo islámico, que padece desde su mismo origen una versión perversa, fundamentalista, que rebrota una y otra vez en su historia, para mal suyo y del resto de la humanidad.
No es el único nicho actual generador de violencia. La idolatría del dinero, único "dios" para muchas personas y amplios sectores sociales, genera sufrimiento y muerte por doquier mediante la explotación desaforada de la naturaleza, el narcotráfico corruptor de conciencias y de regímenes políticos, subversor de tradiciones familiares y sociales que han destrozado a grupos sociales e incluso etnias otrora portadoras de grandes valores humanos. Otro de los grandes "negocios" es el tráfico de seres humanos, desde la "trata de blancas", el comercio sexual con niños y adolescentes, a la explotación de los refugiados hasta dejarles sin recursos para no poder pagarse ni un pasaje en una patera digna de tal nombre y morir ahogados a miles en el Mare Nostrum sin que nadie, al parecer, tenga obligación ni de pagar su entierro.
Todo esto y mucho más lo sabe el papa Francisco y lo saben en el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que a partir del 1 de enero de 2017 ayudará a la Iglesia a promover la justicia, la paz y la protección de la creación, así como la solidaridad y la ayuda práctica hacia los emigrantes, los necesitados, los enfermos y excluidos, los marginados y las víctimas de los conflictos armados y de las catástrofes naturales, los encarcelados, los desempleados y las víctimas de cualquier forma de esclavitud y tortura.
Y me pregunto: ¿podrá la Iglesia, o la Humanidad en general, prestar toda esa ayuda mediante la violencia, la guerra militar y económica? El camino que el Papa sugiere es bien distinto: la no violencia activa y creativa, que empieza por el cambio del propio corazón y la propia conciencia y puede y debe prolongarse en todas las esferas de la vida social, cultural, económica y política, también en las relaciones internacionales. No será un camino fácil, porque el sendero del Amor es empinado y dificultoso y, al que más amó, lo condujo a muerte violenta e ignominiosa: la tortura de la Cruz. No hay mejor camino para la Paz. Si alguien conoce otro, que lo diga y, sobre todo, que lo haga.