Para la próxima reencarnación me apunto de nuevo en la Universidad. Aunque, pensándolo con calma, ni se adonde echar la instancia, ni a quién dirigirla. En fin, lo dicho es un decir. Un decir, mirando a lo que se desea entender por "más allá" o "realidades últimas". Me quedo, no obstante, con las "penúltimas", que son las que conozco, puedo describir, recordar y, lo que es más importante, transformar. Muy poquito, por cierto. Lo de lo "último" y "penúltimo" no es una idea mía, deseo aclarar, es propiedad intelectual de un pastor protestante, Dietrich Bonhoeffer, implicado en el fallido atentado contra Hitler y ejecutado unos días antes de finalizada la segunda guerra. Uno de estos sábados hablaré de él, merece la pena. No deseo, por lo dicho, atribuirme algún mérito, como pareciera y sin rebozo acostumbra hacerlo algún Magnífico Rector experto en plagios. No sólo él, muchos más, por desgracia. Muchos más, duchos en los "corta y pega", en publicar el mismo artículo, con encabezamiento y título distinto en diez revistas diferentes y para mayor inri, indexadas. Trocear su solitaria monografía en cien partículas publicables o hacer suyas las reflexiones de otros compañeros sin el menor recato. En este punto, si el depredador domina el alemán, por ejemplo, se le abre un campo de expolio infinito. También, figurar como coautor de un artículo, incluso monografía, que ni ha escrito y apenas conoce sus contenidos. Cualquier profesor universitario sabe que lo que digo va a misa. Sin embargo, tales pequeñas maldades no son intrínsecas a la profesión, son inducidas. Inducidas por la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) que introduce un sistema de evaluación basado en criterios cuantitativos y no de excelencia. En otras palabras, la originalidad de los aportes escritos por el candidato reside en el peso, la docencia y la gestión en el número de cursos impartidos o cargos desempeñados sean cuales fueren los resultados obtenidos a juicio del alumnado. La famosa Agencia se convierte así en un factor criminógeno, el cual invita al aspirante de una acreditación o al del reconocimiento de un sexenio de investigación a prácticas torticeras. ¿Qué decir acerca del Plan Bolonia? En un primer momento la entrada de España en el Espacio Europeo de Educación Superior sonaba bien. La práctica fue un desastre. Por ejemplo, dicho plan primaba la evaluación continua y personalizada. Evaluación diseñada para grupos de treinta alumnos. La realidad, la de siempre: la falta de plantilla, la carencia de recursos y de aulas. Mi recuerdo alcanza a cierta Facultad de Derecho. Un vicedecano presuntamente experto en tal proceso, convoca al profesorado (asistencia obligatoria y puntuable a efectos de la Agencia) e instruye al respecto. Pues bien, en el curso lectivo siguiente, cuando entraba en vigor la nueva normativa, te encuentras con el mismo número de alumnos que tuviste el año anterior. Es decir, con ciento cincuenta o doscientos de ellos amontonados, sentados en la tarima e incluso a pie firme en los pasillos. No obstante, los formalismos se habían salvaguardado y "aquí paz y después gloria". ¿Y los Másteres? Tres o, en el mejor de los casos, cuatro años para obtener la enseñanza de grado y luego el alumno, en posesión de una titulación irrelevante, se ve abocado a pagar por un Máster carísimo y, a su vez, irrelevante. Otro mamporro más, consagrando el triunfo de la burocracia a expensas de la excelencia. Burocracia alentada y ejercida por unos gobiernos integrados por unos políticos desaprensivos. Datos objetivos: desde 1906, año en que se concedió el Premio Nobel a Santiago Ramón y Cajal, la universidad española no ha conseguido ninguna otra distinción de tal envergadura. (Severo Ochoa desarrolló toda su carrera investigadora en EE.UU. De los Nobel de literatura ni hablo). No obstante, a pesar de, in spite of, malgré tout, trotzdem, en mi próxima reencarnación me apuntaré, como decía, a la enseñanza universitaria. A mi vuelta espero disfrutar de un estado de cosas más razonable, más inteligente y, en consecuencia, más humano. Eso sí, creo que me decantaré por las matemáticas.