OPINIóN
Actualizado 17/12/2016
Tomás González Blázquez

La Raya pintada sobre la ibérica tierra cuando el 12 de septiembre de 1297 doña María de Molina, en nombre de su hijo el rey Fernando IV, y el monarca luso Dionisio I rubricaron el Tratado de Alcañices no hay por qué borrarla. Lo que luego sería España, y que ya antes se había ensayado, y lo que desde siglo y medio atrás era un reino independiente, Portugal, segregado del astur-leonés emprendedor de la Reconquista, ponían por escrito su frontera, una de las más antiguas del mundo. Viajar a Portugal, no obstante, sigue sin contar como salir al extranjero. Allí estamos como en casa. La Raya nos separa, y nos han separado guerras, ambiciones, dinastías, recelos, alianzas, traiciones, la hora, el fútbol o el reglamento taurino, pero esa raya no divide en dos estancias el salón de casa, ni familias, ni objetivos, ni necesidades.

El iberismo a veces ha sonado a ensoñaciones demasiado utópicas, apuestas a la contra o apoyo para otras empresas más orientadas a levante que a poniente. Con los siglos, España y Portugal se han ido configurando como estados-nación con todas las de la ley. Ojalá hubiéramos construido juntos uno solo, pero esa jornada alistana de acordar la linde queda ya muy lejos. Dos reinos casi siempre, ahora Portugal república, dictaduras a ambos lados de la frontera, rebeliones liberales, aventuras expansionistas, colonialismo manejado de forma diversa? Vicisitudes que están en la historia de cada nación, a su espalda, con sus sombras y tantas luces. Hoy vecinos como siempre y, desde hace treinta años, socios europeos, que eso lo hicimos a la vez. No se trata, me parece, de resucitar ese iberismo anarquista de la FAI para acabar con toda idea de nación, ni del iberismo anulador de la idea de España, ni del iberismo que diluye en cierto modo la frontera occidental para levantar otra en la región oriental de la península. No viene a cuento ese iberismo cuando la izquierda española, la menos descentrada y la más extrema, se ha puesto a tocar el violón del federalismo o a aporrear sin gracia la pandereta de la plurinacionalidad.

Pero hace falta, es muy necesario, urge, un iberismo en el sentido práctico de la palabra. ¿Cómo abordar sin ponernos de acuerdo la gestión del medio natural? Pienso en tantos incendios a un lado y a otro de la Raya, en los animales que no entienden de aduanas, en los ríos que compartimos y que no pueden encorsetarse en planes hidrológicos de ámbito nacional. Se han hecho avances pero no los suficientes. ¿Por qué no hacer fuerza conjunta en Europa y no sumar potencia comercial en América? ¿Acaso la pesca o la agricultura española y portuguesa no se beneficiarían con algún plan más atrevido a medias? ¿Y la cuestión energética? A menudo me pregunto por qué tantos portugueses, muchos (no todos) con tarjeta sanitaria española, aunque desde hace años no hayan visto a su médico de cabecera en Madrid o Navarra o donde sea, hacen unos cuantos kilómetros para ser atendidos de urgencia en un centro de salud español. Tienen un médico más cerca en Portugal pero recurren a la sanidad española. Gratuita, claro. Quizá también ahí proceda una revisión conjunta. En definitiva: practicidad, trabajar en común, facilitar la vida de las personas, frente a los adoradores de hechos diferenciales y exaltadores de fronteras que se creen los únicos facultados para decidir por todos. Lo contrario a la terra da fraternidade que se trata de construir.

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