Cada aniversario de la Constitución se nos presenta la oportunidad de evaluar su vigencia. A diferencia del año pasado en el que los análisis estaban condicionados por las elecciones, en este 38 aniversario ha surgido la metáfora de la construcción para valorar la posibilidad de iniciar obras en la casa. Como cualquier familia que se plantea una reforma, nuestros políticos han empezado a plantear la posibilidad de cambios y parece que no tienen muy claro si llamarán a un servicio de reformas integrales o simplemente a los pintores de la esquina que también garantizan pequeñas reparaciones.
La metáfora de las obras es tan potente que ante la posibilidad de iniciar un período constituyente, algunos políticos como Alfredo Pérez Rubalcaba consideran que la expectativa de estrenar una casa tiene mayor capacidad movilizadora que cualquier reforma de un edificio agrietado. Quienes consideran que un proyecto constituyente supondrá un re-encantamiento de la política parece que no han contado con los propietarios y proyectan sus pesadillas al conjunto de la ciudadanía. Hoy los ciudadanos no son partidarios de la demolición ni sueñan con una casita a estrenar. Según las últimas encuestas del CIS, casi el 40% prefiere mantener el edificio antiguo.
Frente a las propuestas de demolición que ha introducido Unidos-Podemos, hay quienes piensan que la casa solo necesita un retoque. En lugar de mantener las paredes con gotelé, los zócalos con azulejos y los terrazos del 1978, consideran necesario poner tarima, cambiar puertas y llenar paredes de color. Los blancos y grises deben ser sustituidos por gamas cromáticas que realcen las diferencias. Con la llegada de la deriva sentimental de la vida política, lo importante no son los valores sino las emociones, por eso un manita de pintura es suficiente para devolvernos la felicidad, los buenos sentimientos y la empatía. Esta política del buen rollito y la manita de pintura puede comprobarse en los recientes discursos de Alberto Núñez Feijoo quien considera que las leyes no pueden ser un obstáculo para la empatía y afirma: «la estabilidad política puede ser emocionante».
Cuando pedimos presupuesto a los albañiles del Consejo de Estado, ya nos dijeron que debíamos cambiar alguna tubería porque el plomo de las cañerías autonómicas estaba enmohecido por las fugas y las goteras estaban pasando a los vecinos. Aconsejaron retoques en el orden sucesorio, la integración en la UE, las autonomías y la reforma del Senado. Parece una reforma fácil pero ni la pareja ni los hijos tienen claros sus deseos. El primaveral consenso para el disenso ha dejado paso a un invernal disenso sin concordia amenazado por el síndrome del «ya-que-estamos», se empieza cambiando un grifo, una tubería o una puerta, y «ya-que-estamos» nos vamos de casa porque tiramos puertas, cocina y baños.