OPINIóN
Actualizado 15/12/2016
Juan José Nieto Lobato

Nuevo balón de oro para Cristiano Ronaldo. Lógico, dicen, por haber ganado la Copa de Europa de clubes y de selecciones firmando un año redondo. Así lo han considerado los corresponsales de la revista France Football, jurado especializado y responsable de la entrega de este insigne galardón. El portugués suma su cuarto entorchado individual y se queda a uno de Messi. Los nueve títulos que suman entre ambos de manera consecutiva deberían abrir una reflexión en el mundo del fútbol, deporte tradicionalmente considerado de equipo.

Curiosamente, el anuncio se produjo un día antes de que la prensa parlamentaria entregara sus propios premios a los diputados y senadores. En ellos también brillaron las caras más conocidas, hasta el punto de que el contenido del reconocimiento, la descripción que queda impresa en las piezas bañadas en oro que simbolizan el éxito, no deja de ser un eufemismo de la popularidad, principal herramienta de marketing del premio en sí. Ganaron Rajoy y su ironía, Hernando y su mala baba e Iglesias en su papel de antihéroe. Con justicia, desde luego, pero eclipsando a las figuras secundarias.

Con este tipo de premios, además de un convite regado por vinos de renombre y por copas de rones con solera, el pueblo se divierte. Se lamenta, compara, rememora,? Abre debates en medio del silencio en el que se desarrolla la mayor parte de su vida. Es comprensible. Se entregan premios como se hacen rankings, se plantean batallas o duelos ficticios. Está en la condición humana separar el grano de la paja, encumbrar en medio de libaciones a ídolos y dioses. Catalogamos todo lo que hacemos, ponderamos sensaciones, examinamos al detalle la acción más inocente o trivial.

Y olvidamos el trabajo callado de quien, ladrillo a ladrillo, erige un edificio que contendrá cuarenta viviendas, con su particular devenir. Y el silencioso traqueteo de la locomotora que traslada la pieza que completará el fuselaje del nuevo modelo de avión comercial de la compañía Airbus. Olvidamos a la propia pieza, vulgar en comparación con el motor, pero igualmente imprescindible para que la nave se mantenga en el aire. Y en el fútbol, olvidamos que el valor del gol recibido es igual que el del gol anotado al relegar al portero a un segundo nivel de importancia. Lo mismo ocurre con el defensa que en una brillante acción estratégica adelanta su posición para dejar al delantero en fuera de juego. Y con el centrocampista que da el pase correcto, entre líneas o a la banda, y que a largo plazo propiciará que la pelota llegue a las inmediaciones del arco para que el punta, Messi o Cristiano, la cuele y cope todas las portadas de esos diarios que nos fotocopian como sociedad, que nos retratan aceptando la primacía del gol, del delantero y el hecho de que nos ignoren olímpicamente.

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