Exordio. Populismos fehacientes: manifestaciones callejeras protestando por el paro y la precariedad laboral, recortes educativos, reivindicando la sanidad pública, contra los desahucios, todas las celebradas el 15M, en contra de la fiesta nacional, a favor del aborto, las del "orgullo gay", en favor de la República, por desenterrar a los fusilados de las cunetas, aquellas que piden se respete el principio de autodeterminación, las que claman en contra del chorizo ibérico como dieta única, las que exigen justicia y solo justicia?A sensu contrario, es decir, manifestaciones ciudadanas integradas por auténticos ciudadanos: aquellas contrarias al aborto, a favor de la enseñanza católica obligatoria, las que exigen colocar en fruteros distintos las peras y las manzanas, las que acogen en la madrileña plaza de Colón o en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia a los Vicarios (¡vade retro Bergoglio¡), las que, en las plazas de toros, vitorean enardecidas los vuelos de la gaviota surcando un cielo azulísimo (de papel), las de las fiestas nacionales, procesiones y macarenas condecoradas, las de pasemos página (por los cuarenta años del franquismo), las llenas de misericordia (¡Luis se fuerte¡) o contrición (¡Me equivoqué¡), las que exigen caridad y solo caridad?
Proposición. Toda persona sensata sabe que los populistas se caracterizan por salir, de manera compulsiva, a la calle con pancartas, hartos de vino y porros. Punto. Son los que son. Parecen muchísimos. No os engañéis son muy pocos. ¿En cambio? En cambio, los que no son populistas salen poco, gente sobria donde la haya, desdeñan las callejuelas, no se meten en política, se quedan en sus casas, con sus familias, ven la tele (la Trece de los curas), se extasían contemplando a una criada vestir a sus retoños y votan. Sí, votan religiosamente, en silencio, cada cuatro años. Éstos, aunque ni se les vea, ni se les oiga, son muchísimos más. Siguen siendo, al decir de Aquél, el recordado, el añorado: "la reserva espiritual de occidente".
Refutación. No obstante, como leen poco o nada y su vida discurre sin sobresaltos y deambulan, diríamos, entre cinco o seis calles provincianas (incluso capitalinas), ni se enteran. No se enteran de lo que acontece más allá de su "lebensraum" (espacio vital) colmados de respetuosos buenos deseos: "Buenos días señora", "Buenos días señor", "Que tengan un feliz día". ¡Oh la hibris¡ ¡Oh Plutarco¡: "¡Los dioses ciegan a quienes quieren perder¡" Así es, el Occidente ha perdido su espíritu y no lo ven. Su espíritu se extravió hace décadas. Anéanti, (¡qué eufónico¡), aniquilado, destruido, perdido entre montañas de pagarés, stock options, primas de riesgo, paraísos fiscales, LuxLeaks, recortes, refugiados en estampida y burócratas de todo pelaje.
Peroración. Sí señor, se acabaron los políticos. Ahora se dedican a coser, a arremangarse las mangas de la camisa y a obedecer a los que mandan, amos lejanos, con caras compungidas y manos extendidas ¡Fin de fiesta¡. Entretanto, nuestro reservorio espiritual, ni ve, ni oye, ni entiende. Es decir: "ni flores". Y ellos siguen, siguen invocando a los dioses lares. Colocando cirios perfumados en sus altares domésticos, nostálgicos y un tanto asustados.