OPINIóN
Actualizado 10/12/2016
Redacción

Dicen que la Madre de Todas las Fosas

se encuentra al otro lado del océano,

cerca de una frontera y de un muro metálico,

aunque puede hallarse también en otros sitios.

Junto a ella duerme un sueño de esperanza

la desesperación de muchos hombres

y mujeres que huyen

de la ciudad-infierno:

del acoso, el disparo, el hambre y la sed.

A veces éstas llevan, con la bala

que les quitó la vida,

un hijo en su vientre;

o, cruzando el desierto por la noche,

tienen al hijo vivo abrazado

al miedo de sus rostros.

La muerte no es la vida que soñaron.

¡Son ya tantas las quejas, tantas

esas declaraciones que a nada comprometen,

tantas las fotos, tantas las palabras

sobre la integración y las riquezas

del ilusorio paraíso, donde

los cuerpos pueden ser

materia de mercado,

o perder lo más grave

(el alma) habitando una chabola

con su televisor, bajo un cielo gris

plagado de antenas.

Aún no sabemos que la solución

puede hallarse en la raíz del ser,

allí donde el ser acarició la tierra

que daba frutos,

besó la leña que le daba el fuego,

la piedra que fue ara,

y respiró la paz

en la luz.

Por ello, llevad el agua a sus pozos secos,

devolvedle el agua a cada manantial,

que regrese el verdor a sus cultivos

y al monte sus rebaños.

Ofrecedles el pan de su maíz,

el vino de su viña,

la sombra de aquel árbol de su puerta,

su mesa de madera y el descanso

de su cama con sábanas de estrellas.

Dejad que el ser que huye

pueda seguir sembrando en su tierra.

Dejad a esa mujer

(que hasta el nombre ha perdido)

que pueda llevar flores a la tumba

sin flores de su madre

y no que ella duerma para siempre

en el olvido

de la Madre de Todas las Fosas.

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