OPINIóN
Actualizado 10/12/2016
Juan Ángel Torres Rechy

La dieta de los estudios y las investigaciones universitarias no puede resultar ajena a la realidad del día a día. El mundo visible es la fuente de su nutrición. E amplio abanico de las experiencias cotidianas constituye la oferta para la producción de un conocimiento científico que, a la inversa, dotará de un sentido nuevo a la sociedad y la vida, no solo por explicar los mecanismos de sus funcionamientos, sino también por operar en su interior para convertirlas en instrumentos de utilidad y enriquecimiento.

En una comida del pasado fin de semana, la plática de sobremesa giró en torno al papel de los universitarios y los empresarios. Cuatro comensales eran profesores. Tenían un prestigio en la sociedad, aunque su capital resultaba más bien modesto. Tres jóvenes eran empresarios. Comenzaban a disfrutar los beneficios de una incipiente riqueza.

Cada grupo conocía una lógica distinta. Sus conceptos no podían ser entendidos del todo mutuamente. Uno de los jóvenes era médico. El ejercicio de su profesión recaía tanto en pacientes como en estudiantes. Las horas del día llevaban a Humberto del hospital a las aulas universitarias. Alicia era matemática. La práctica de su labor se reducía a la docencia y la investigación. Un profesor más era abogado. Él distribuía sus jornadas laborales entre las aulas y su despacho jurídico. En el otro frente, los empresarios tenían sus negocios en las áreas de la hostelería y la mecánica automotriz. Carlos había recibido en herencia su negocio, y Eligio y Tomás los habían iniciado casi desde cero.

Si bien aspiraban a ofrecer un servicio óptimo, la competencia del mercado no les permitía ofrecerle a su clientela la calidad y el precio deseados. Los estándares de una excelente calidad resultaban incompatibles con precios muy competitivos. Además, en esa ecuación se encontraba la variable de tres hogares necesitados de casa, vestido y sustento. Había que generar dinero para la familia.

Como resultaba natural, los profesores también hablaban de esa necesidad. El historiador mencionó un contrato con una editorial centrada en intereses económicos, mediante una colección de textos electrónicos dirigidos a la licitación educativa de un Estado. Afirmó que sus motivaciones para haber entrado en ese proyecto eran estrictamente financieras y que apenas le había dedicado el mínimo tiempo necesario. Los trabajos de las siete personas tenían su punto de partida en diferentes necesidades de la sociedad.

La tortilla española gustó a todos, aunque no más que la pasta y la quiche de verduras. Los acompañamos con café de Veracruz. Cuando me preguntaron mi opinión sobre todo esto, dirigí el sentido de la conversación hacia el ejercicio honesto de los oficios. Aseguré que requiere lucidez y valentía. La República de las letras y las ciencias puede valerse de capitales simbólicos para el ejercicio de un poder sobre la sociedad, pero en su interior habrá grietas, como las derivadas de los intereses de los mecenazgos: pueden producirse inconsecuencias entre el decir y el obrar. Por otra parte, el sistema económico puede favorecer la creación de empresas centradas en la acumulación de capital, en detrimento de la atención en la calidad del servicio. Cuando estas inconsistencias se hacen transparentes y se pone el énfasis de la mirada crítica sobre ellas, surge la posibilidad de reaccionar y cambiar la trayectoria de los usos y costumbres de los pueblos.

Si tomamos como marco de referencia al hombre y no la escala de valores de nuestra sociedad, un maestro albañil está en el mismo rango que un catedrático de universidad, pues echa mano de un saber práctico que ha generado conocimiento teórico para construir los hospitales, las escuelas, los palacios legislativos y los centros donde el resto de las personas llevarán a la práctica sus labores. Un empresario y un docente llegarían a su altura cuando construyeran negocios o conocimientos que sirvieran de soportes para las necesidades de las personas. En todo caso ―les dije poco antes de que nos termináramos los riquísimos pasteles de Carlos― esa reunión la veía como la comilona de un colado (cuando los albañiles celebran la elaboración del techo de una obra en México), pues señalaba un antes y un después en la construcción de un edificio, es decir, en nuestra reflexión sobre el valor exacto de las profesiones.

Imagen: Raffaello Sanzio, Escuela de Atenas, en The Complete Work of Raphael,

Mario Salmi (ed.), New York: Harrison House, An Artabras Book, 1969.

Juan Ángel Torres Rechy. Email: torres_rechy@hotmail.com

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