Me encuentro a una vecina que, muy alterada, me pregunta: ¿pero sabes que el Papa Francisco se ha hecho comunista? Ante mi estupefacción, me relata la historia: unas declaraciones a un periódico italiano de Francisco en las que, con su estilo nada convencional, dice: "Si acaso son los comunistas quienes piensan como los cristianos". Da a entender que puede haber comunistas que quieran imitar a los cristianos en la defensa de valores evangélicos como la prioridad de los pobres. Nunca dijo el Papa que los cristianos fueran comunistas, sino que más bien estos pueden pretender parecerse a ciertos cristianos. Y remata su punto de vista con meridiana claridad: "Cristo ha hablado de una sociedad en la que decidan los pobres, los débiles y los excluidos". No rendirse ante la evidencia es como coger el rábano por las hojas, en definitiva montar follón y no ir al fondo de la cuestión. Porque interesa a quienes les repele este Papa que solo tiene como divisa a Cristo en su integridad, no a un Cristo manipulado como en tantas ocasiones ha ocurrido en la Historia. Y ese Cristo duele y mucho por lo que supone de compromiso con los más débiles.
¿De qué habla muchas veces este Papa argentino, tan denostado por quienes dicen llamarse liberales pero que carecen de toda liberalidad a no ser que coincida con sus puntos de vista? Habla de la justicia, uno de sus grandes temas en los más diversos ámbitos. Tampoco es de extrañar, es jesuita, y si hay un tema en el que esté comprometida la congregación de Ignacio, es ese. La justicia, evidentemente, no a escala pequeño burguesa a la que estamos acostumbrados los habitantes de esta parte del mundo, es otra cosa: la justicia cristiana, que está detrás de las páginas de los evangelios si uno tiene ojos para ver y de muchos de los mejores entre los cristianos, es decir, los santos. Una justicia desde la escala de Dios, que toma como referencia la suerte, más bien la desgracia, de los más desfavorecidos de la Tierra, que a la vez en la perspectiva evangélica son sus preferidos. Cuesta asumirlo, pero toda la Biblia está atravesada por este tema y en sus páginas Dios se constituye en garante de los más débiles, sus preferidos, los que aquí ocupan el último lugar pero que en la bienaventuranza del profeta de Nazaret "de ellos es el Reino de los cielos". Nada menos. Es poner patas arriba nuestro mundo, pero es que nuestro mundo, si somos sinceros, no es que sea admirable en muchos aspectos.
De modo que Bergoglio, en modo alguno puede compararse a un comunista, poco tiene que ver, es que va mucho más allá pero en una onda muy distinta. En cualquier caso merece recordarse aquella frase del obispo Helder Camara: "Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista.". La cantinela de quienes no quieren cambiar nada porque les cuesta repartir y compartir aunque tengan demasiado, nos la sabemos desde hace mucho tiempo. Y ahora la propagan neoconservadores, en modo alguno cristianos, que ven con buenos ojos una Iglesia recluida en sus templos, en sus rezos y ritos y si pudiera ser con liturgias de otros tiempos, que en nada afecte a sus intereses. Pero que se echan a temblar cuando un cura, una monja, un obispo o el mismo Papa, hablan de los pobres: eso no es cristianismo, dicen, eso es política. Y es que sin querer, tocan un punto álgido, porque claro que el cristianismo es político, su mensaje no es individualista, su naturaleza es pública, no solo privada o pietista, es decir, en el sentido noble y no partidista de la palabra, política.
La suerte de un cristiano está ligada a la de toda la Humanidad.
Marta FERREIRA