Estoy con Guillermo Cabrera Infante cuando afirma que "no hay delirio de persecución ahí donde la persecución es un delirio". Hay situaciones en las que los hechos van por delante de cualquier construcción teórica que los explique; se monta un escenario donde pareciera que los actores debieran enmendar por entero su libreto adaptándolo a la improvisada tramoya. Es aquí donde encaja el relato de mi amiga quien me cuenta que su vecino ha estado muy inquieto los últimos meses esperando un nombramiento que la interinidad gubernamental española le burlaba. Su obsesiva preocupación llegó a tal punto que cada vez que se encontraban en la escalera le confesaba de su mal fario porque, según él, todos se habían puesto de acuerdo en no formar gobierno con el fin de que su justa promoción no se produjera.
La historia me recuerda otras con argumentos coincidentes que rechazan la existencia del azar en la vida o la complejidad de la misma por la configuración de entramados muy diversos cuya interacción complica aún más el resultado de sus acciones. No reconocer la presencia de daños colaterales, ni la existencia del fuego amigo, o de la posibilidad de que surjan efectos inesperados, supone una ceguera preocupante. Igualmente, ignorar el carácter sistémico de la vida, la existencia de variables explicativas que no son explícitas o la permanente tensión entre razones y emociones es de una pereza mental que me cuesta entender. En este contexto se representa una obra que busca una linealidad tontorrona donde se alterna lo previsible con lo inverosímil, condimentado esto último con cierta dosis de imaginación bien pensante.
Se dice que cuando se habla de teorías de la conspiración la audiencia adopta una posición dual cuyos términos se confrontan. Se pasa inmediatamente página porque el término resulta sospechoso y contamina al argumento que queda descalificado por sí mismo, o se presta una desmesurada atención porque se cree que la solución a un viejo arcano está dada. No sé usted en qué bando se sitúa, pero reconozco que mi caso es algo preocupante. Temeroso de ser tildado de paranoico, me gusta refugiarme en explicaciones enredadas de las cosas que al final terminan por confundirme más siendo incapaz de llegar al meollo del asunto o, lo que es casi peor, me planteo nuevos problemas en una secuencia que es un sinvivir. Entonces no sé si delirio o me persiguen de verdad.