OPINIóN
Actualizado 07/12/2016
Redacción

Que Cuba carezca de libertad para todo es de dominio común. Hay montones de hechos que lo corroboran. A pesar de cuanto pueda decir cualquier entusiasta contrario (que a pesar de todo los hay, como el famoso Willy).

Hoy quiero hablarles del caso de un buen amigo español que tiene pareja formal (y recalco lo de formal, no oficial) desde hace varios años en la ciudad de La Habana. Viaja un par de veces por año y permanece allá por espacio de un mes. Así que se supone conozca bien el lugar y todo lo que allá se cuece.

Cuando regresa siempre tiene algo que contarnos sobre la vida ahí y que nos acaba sorprendiendo a los amigos. Pero lo del último viaje fue casi una historia de contraespionaje, de sospecha e hipervigilancia. De película de cine negro. Y él y su pareja en medio del follón. Un funcionario (funcionaria era) de la revolución uniformada se presenta en casa de la mujer con la que mi amigo comparte vida y pide explicaciones sobre el que es su pareja. Días de estancia, porqué se aloja allí, si tiene billete de vuelta, si posee dinero o cuentas, y una demanda oficial para que se presentara en una oficina de inmigración en fecha y hora determinada (en día que precisamente coincidía con la fecha marcada para su regreso). La amenaza iba contra él y su pareja. Expulsión o denuncia grave para él y multa (con lo que cuesta ganar un peso allí) para su mujer si no justifica debidamente su estancia, vínculos, movimientos, etc. Y las consiguientes sospechas de denuncia por parte de vecinos, de comisarios políticos disfrazados de apacibles vecinos. Caminar esos días mirando para atrás. Posibilidad de represalias. Esas cosas que denotan tanta y tan clara escasez de libertad.

Él se vino el día y hora marcada en su billete sin haber pasado por la oficina indicada. Y allá quedó (como suele ser habitual) su pareja. Con temor. Con el temor que da el sentirse vigilada y qué podrá suceder más adelante. Y con la precariedad de las comunicaciones (como sufren casi todos los cubanos de a pie). Ni qué decir tiene que todo era diferente en años atrás, cuando mi amigo visitaba la isla como simple turista, y se alojaba en hoteles preparados al efecto para el visitante controlado que lleva buen dinero y mira a todos lados y se divierte sin enterarse apenas de qué está pasando a su alrededor. Vamos, como el tal Willy, ese.

Y con su permiso se lo cuento.

F. S.

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