Antes de que el presente año eche el cierre y después de haber dedicado en esta sección algunos artículos para dar testimonio de centenarios ilustres celebrados en 2016, ya sea con ocasión de nacimientos o muertes, al coincidir este humilde columnista con
En este caso el centenario está motivado por su fallecimiento y, si hablamos de manera literal, por muerte no habría mucho que "celebrar", ni en su caso ni en el de nadie. Pero en el suyo aún menos. Galeno de formación y en ejercicio como médico rural en su Extremadura natal durante muchos años, temeroso de que la neurastenia que padecía le incapacitara para el ejercicio de la literatura, abandonada ya la Medicina y domiciliado en Madrid, una bala acabó con su vida a los 52 años una noche de desesperanza en el otoño de 1916.
Pero lo anterior, cruel destino, puede alcanzar la categoría de anécdota si nos fijáramos en lo literario, en la obra que nos legó a pesar de vetos, malas críticas, o peor aún, el silencio al que le condenaron en vida las más poderosas jerarquías del momento, paradójicamente unos señores de quien en la actualidad no se acuerda nadie. Un acicate, o indirectamente quizá un estímulo, para que Trigo, con 17 novelas en 15 años -desde el comienzo del siglo hasta su muerte- fuera el autor más celebrado por quien al final decide, o sea, el lector, con lo que amasó una sustanciosa fortuna.
Quienes le conocieron, coincidían en señalarle como una "persona carismática, rebelde y contestataria, que escribía con pasión, que decía lo que pensaba, que nunca se alineó con nadie y si sufrió el desdén y la censura desde todos los frentes, fue por su inconformista actitud personal, haciendo gala de una independencia atípica para el momento". Todo ello fue causa para que se amañase la historia de la literatura española con la inútil pretensión de ocultarlo.
Decía Cela que la venganza de un escritor siempre se ejecuta con la pluma, y Felipe Trigo, en "Jarrapellejos", reconocida por la crítica de hoy como su mejor novela, llevada al cine en 1987 por Antonio Giménez-Rico, realiza una caricatura de los poderes de la época en la figura de un cacique que ejercía todo tipo de tejemanejes en un pueblo llamado La Joya, un nombre metafórico que no significa que nuestro protagonista no tratara los temas con la mayor seriedad, sino que a veces daba rienda suelta al fino y buen humor del que gozaba.
Apoyamos esto último con una anécdota que protagonizó en su vida real, no de ficción, cuando siendo estudiante de Medicina en Madrid se aficionó al periodismo y logró su entrada en la Redacción de un periódico. Allí, como neófito, fue objeto de burlas y bromas, algunas de mal gusto, y por su ágil facilidad para la intriga, durante las vacaciones de vuelta a su Villanueva de la Serena natal, ideó una revancha contra aquel redactor que más se había distinguido por las novatadas.
Así, haciéndose pasar por una señora de Badajoz, le mandó una carta para comunicarle que ya anciana no le quedaba en el mundo más que el recuerdo de un hijo fallecido, pero asombrada por el enorme parecido de ese hijo con él, le rogaba se pasase por Badajoz porque deseaba dejarle la fortuna, era su único deseo antes de que todo fuera a manos extrañas, ya que de esta forma se haría la ilusión de haberlo dejado en manos de su hijo.
Hubo un cruce de cartas controladas por Trigo y de tal credibilidad, que ya sólo faltaba el encuentro entre la anciana y el periodista, y siendo aquél felicitado por unos y tomado a mofa por otros, la ambición fue mayor que la incredulidad. Y en tal estado la broma, a la vez de ser hecha pública por tener ingentes signos de veracidad, Felipe Trigo sacó a la luz en otro periódico un cuento con la auténtica historia. Aquella fue su venganza. Era su sentido del humor y su facilidad para el ingenio.
Después de este paréntesis anecdótico en el que hemos querido reflejar que tras Felipe Trigo existía un ser humano con sus cuitas y guasas, digamos que si en vida se le desacreditó bajo la etiqueta de pornográfico -ésa es otra-, hoy deberíamos decir de él que fue un gran defensor de las mujeres, muy adelantado para su tiempo, como médico y como escritor, llegando a declarar que la liberación de la mujer vendría cuando ésta fuera dueña de su propia sexualidad, todo un escándalo para quienes pensaban que la mujer era para su disfrute y no para que disfrutara, y ni mucho menos lo dijo con un sentido de promiscuidad. Por tanto, Trigo fue "soliviantador" de muchos hombres de la época, y no digamos de la etapa del nacionalcatolicismo franquista, donde se prohibieron sus libros y se le tachó de monstruo bajo el pretexto de su desgraciado final, aunque lo fuera por estar enfermo de cuerpo y espíritu. ¿Dónde estaba la compasión de la que se hacía gala?
Cambiemos hoy la palabra pornografía por delicado erotismo, leamos sus novelas, que aparte de las quince mencionadas realizó otras veinticuatro novelas cortas, ensayos, artículos, etc. y disfrutemos de uno de los mejores autores que se pueden hallar en el puente que va de la generación del 98 a la del 27, y por añadidura de toda la literatura de habla castellana. Seguros estamos que llegará el día en que así será reconocido.