Hay personas que hacen de la impermeabilidad una virtud, y eso en política es un inequivoco síntoma de supervivencia a la vez que una desastrosa tara gomosa para los atribulados administrados.
Hay políticos que ganan en las distancias cortas, que permeabilizan algo. Y otros de gore tex, que no tienen medio pase ni de cerca ni de lejos. Llámenme pesado o lo que estimen oportuno, pero opinar así en general sobre política y más concretamente de nuestro charruno linaje público es cuestión de como se las ponían a Felipe II, a huevo.
Me encantarían poder resaltar algo más de nuestra excitante actividad política que el hito histórico de contratar publicidad institucional en la capital del reino, o lo trascendental de cambiar el cromatismo lumínico de nuestros monumentos. Ni decir tiene lo paradigmático de retomar proyectos de oscuras eras pre Fernández, o lo fuera de serie que supone remodelar lo que ya necesitaba hace tiempo unas cuantas manos de pintura.
Con noviembre ya vencido no deja de sorprenderme la cantinela, desde que tengo uso de razón, con el maltrecho medallón de Franco. Todavía hay en esta ciudad quien confunde el arenisco roscón con el personaje de carne y hueso, capaces de darle su merecido a la fría piedra olvidando que lo hace al bien más preciado y que mejor define a Salamanca.
Creo que por encima de Francos y demás inquilinos roscados, el respeto a nuestro patrimonio debe estar en lo más alto. Porque leyes arriba o abajo, comisiones territoriales abajo o arriba, la sensatez y el sentido común debe hacerse un hueco entre tanta tontería.
Y me atrevo a decir que no hay lugar en el mundo en el que un bien histórico, patrimonio del mundo, reciba tal maltrato por sus propios paisanos. Y es que al recauchutado general le ha caído casi de todo. Huevos, pintura de colores, maldiciones sin parangón y hasta escolta policial.
Quien me dice a mi que si hoy empezamos el reseteado redondeado por Franco Bahamonde, mañana no sigamos por los religiosos y religiosas del ágora charro, pasemos después a por los exterminadores de pueblos indígenas, o le demos matarile al rosco pétreo de crueles monarcas.
Una vez tecleado esto, no puedo obviar que de toda la cuestión
entorno al tema medallístico que hoy ocupa estas líneas, lo que me pone la piel como escarpias, que diría la otra, hay sido el espectáculo de impermeabilidad de nuestro insigne y atareado regidor. Que ha llegado a decir que no tiene ni idea de quien ha protegido al medallón de Franco con un redondo y perfectamente adaptado escaparate.
Imagino que no pensara que somos idiotas, pero es realmente inaudito e inimaginable que el alcalde de cualquier ciudad llegue a decir que desconoce un hecho de tal magnitud y que canta la traviata cuando pones pie en plaza. Es cierto que un día malo lo tiene cualquiera pero cuando la constante cojea, igual es que los malos no son los días.
Y es que un alcalde responsable, de esos que están en la pomada, no solo sabría quien ha actuado de tal manera sobre su plaza mayor y a escasos metros de su despacho. Si no que hubiera mandado mil y una veces salvaguardar el medallón de Franco o el de Tomás Bretón, si intuyera de antemano que cualquier cafre fuera a atentar contra el patrimonio mas preciado de su ciudad.
Pero la cosa no quedó en el desconocimiento de quien puso tan redondeada vitrina. Es que se columpió con ese; El Alcalde no tiene que saberlo todo, no siempre se sabe lo que hacen en el despacho de al lado ... Si esto fuera un whatsapp ahora estaría saliendo en sus pantalla un par de sevillanas, dos monos con los ojos tapados, tres manos alzadas en forma de alabanza y una cara mitad morada y mitad amarilla con un susto del copón.
Pero dejando a un lado la iconografía del siglo veintiuno, no me digan que esas palabras no son todo un tratado de la política actual. De una impermeabilidad de dos dedos, de un preventivo no vaya a ser que hayamos metido la pata con la vitrinita de marras. Un "que a mi no me miren", vamos un "pio,pio que yo no he sido" como la catedral de Burgos.
Pero lo peor del despeje, es que da una sensación de pasotismo e interinidad preocupante e impropia de quien aspira a responsabilidades más altas y aún ostenta la de dirigir su ciudad. Pero sobre todo no se corresponde, ni mucho menos, con quien sé de primera mano que intenta estar al corriente de lo que pasa en el despacho de al lado, en el de arriba, en el de abajo y en el de enfrente.
Así que creo que todo indica que ya no tendremos que soportar esta cantinela mucho tiempo más, que será una comisión de patrimonio quien dicte suerte, quien decida sobre el medallón de marras. Por que estarán conmigo que no hay piedra que resista muchos noviembres más.