OPINIóN
Actualizado 03/12/2016
Manuel Lamas

Una tarde de otoño, en un cruce de veredas, se encontraron de frente la mentira y la verdad. Detuvieron el paso unos instantes y mantuvieron un corto diálogo.

Habló primero la mentira; se dirigió a la verdad con una pregunta: ¿dónde vives? La verdad no contestó; tampoco frunció el ceño despectivamente, reprobando el atrevimiento de la mentira. De sobra sabía ésta que se encontraba desahuciada; su casa había sido precintada por encontrarse vacía. Casi nadie creía en sus postulados por los compromisos que exigía a los seguidores.

No contestó a la pregunta, sin embargo, exigió a la mentira que mostrara, asimismo, su lugar de residencia. La locuacidad de la mentira rompió el silencio y, como en un monólogo sin sentido, no tardó en proclamar sus bondades asumiendo todo el protagonismo. Mediante enredos, se arrogó el papel de la verdad, haciendo suyas todas las proclamas. Y, como muestra de su potestad sobre el engaño, no tardó en referir con orgullo: vivo en todas partes.

Pero, la contundencia de la verdad, la obligó a retractarse. En su presencia, estaba desarmada. Aun así, el mundo ya se había transformado en un laberinto, trazado con las artimañas de la mentira. Y, las personas, corrían de un lado para otro, sin saber si entraban o salian. Era tal la confusión, que, la razón, no bastaba para encontrar el camino de salida.

Mentiras, con apariencia de verdad, habían penetrado en el alma de la gente y, lo que es peor, nadie pretendía expulsarlas, porque no eran reconocidas. De esta suerte, la mentira, se había convertido en la única verdad de nuestro tiempo. Los resultados de semejante despropósito, se han traducido en el mundo que tenemos: guerras, hambre, desplazamientos masivos; engaños por todas partes amenazan seriamente a la humanidad. Si no lo remediamos, el mundo que hemos configurado, no podrá sostenerse durante mucho tiempo. Miseria y desconcierto desautorizan el discurso de la mentira, pero el miedo ha salido en su auxilio, e impide la acción de las personas que aún permanecen en el error.

Ciertamente, la verdad no tiene residencia conocida. Hoy, el brillo de la mentira, deslumbra a la mayoría. Pero, donde creemos ganar, obtenemos nuestra mayor pérdida. Ni siquiera las conversaciones de las personas tienen fundamento. Nadie hace partícipes a los demás de sus verdaderos problemas. El engaño es una constante en las conversaciones de la gente. Cada uno cuenta una historia que no es la suya. Mientras tanto, sufrimos los golpes de la fortuna con resignación. Asumimos el dolor que nosotros mismos nos hacemos sin esforzarnos por evitarlo.

No me ha sorprendido escuchar en la radio el vocablo "posverdad". Este neologismo, ha sido entronizado por el Diccionario Oxford como palabra del año, cuyo significado denota circunstancias en que los objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal. Se trata de una señal inequívoca de la degradación moral de nuestras comunidades.

Que la verdad no está de moda, es evidente; que nos es rentable su defensa, también. Pero, no nos engañemos; si algo de valioso tiene la verdad, es su capacidad para mantenerse fiel a su naturaleza. Sus pronunciamientos no caducan y, aunque parece superada por la mentira, no por eso desaparece. Emerge como el Ave Fénix de sus propias cenizas, para restituir en las personas lo más valioso que tienen: su inclinación hacia el bien, que es el primer paso para seguir a la verdad.

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