OPINIóN
Actualizado 03/12/2016
Redacción

Durante la Segunda Guerra Mundial, Viktor Frankl estuvo en un campo de concentración. No quiso suicidarse porque tenía dos metas: reunirse con su familia y escribir un libro. «El error de la gente ?dice Frankl? es preguntarse: ¿Qué puedo esperar de la vida?, cuando el acierto está en preguntarse: ¿Qué se espera la vida de mí?».

Es necesario dar sentido a la vida. En el plano psicológico, la raíz de muchas neurosis y desequilibrios graves, incluido el suicidio, se halla en el «vacío existencial». No se le encuentra sentido a la vida y se tira de ella como si fuera un gran peso. «Cuando tenemos una razón para vivir, es más fácil encontrar cómo vivir» (Nietzsche). La vida empieza a tener sentido cuando ayudas a otro, cuando contemplamos el cielo y el mar, cuando no vivimos en la queja y en la amargura y no culpamos a nadie. Cuando vivimos el momento presente sin recuerdos del pasado desastroso ni del futuro incierto. Cundo no vivimos atados a las alabanzas, a los miedos y a los imposibles. Cuando buscamos siempre el lado positivo y la enseñanza valiosa detrás de cada evento difícil. Mas si la muerte no tiene sentido, si no significa nada, tampoco la vida tiene sentido. Y cuando creemos que un día no habrá nada, sólo negrura, la vida se convierte en «náusea» y «hastío».

Hay muchas personas que viven sin ideales, inconscientes de su noble origen y de sus posibilidades, y llevan una vida escarbando en la tierra, sin ideales, sin aspirar a nada grande. Y aspirar a volar, a ser libre, necesita grandes esfuerzos para no dejarse vencer por la mediocridad. La grandeza de ánimo también requiere un poco de estilo. Hemos de evitar lo mediocre más que condenarlo altivamente. Porque, como decía Jean Guitton: «Cuando la grandeza de ánimo se alía con la altivez suele quedarse sólo en altivez, que es un horrible defecto». Cuando la grandeza se expresa sin rebajar a nadie, sin sobreelevarse a sí misma, entonces es una magnanimidad noble y con clase. «Ningún hombre sabe lo malo que es hasta que trata de esforzarse en ser bueno. Sólo podrás conocer la fuerza del viento tratando de ir contra él, no dejándote llevar» (C. S. Lewis).

Pero para caminar a contracorriente se necesita muchas fuerzas, pues aunque a veces almacenamos esperanza, poco a poco vamos agotándola a fuerza de no alimentarla. Es preciso, pues, soñar; pero sobre todo es necesario renovar nuestra esperanza en Dios y seguir trabajando.

Isaías fue un profeta soñador. Soñó que todas las naciones se dejarían instruir por Dios y desde ahí podrían caminar por las sendas de la paz y del amor; que todas las personas podrían darse la mano, podrían hacer de las lanzas podaderas; que a los niños se les enseñaría a cuidar y a defender la paz y no a adiestrarse para la guerra.

La historia ha tenido grandes soñadores. También cuentan los pequeños, los que cada día con su vida purifican el aire de odio, rencor, violencia?

La esperanza es gozosa, paciente y confiada. Gozosa por el bien que se espera y por la ilusión con que se espera. La alegría y la paciencia son dos alas que nos permiten volar por encima de todas las dificultades. La esperanza cristiana tiene un fundamento último en Dios que no nos puede fallar.

Debemos esperar con paciencia y confianza un mundo mejor, y debemos hacerlo con una esperanza activa y colectiva. Debemos esperar como la madre, el enfermo, el preso?, como tanta gente que vive de esperanza. Es necesario que brote la esperanza en nuestras vidas.

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