Hace unos días me invitaron a escribir un artículo sobre la educación. Me pidieron que hablara sobre lo que define a un buen docente.
Después de la sorpresa, el pudor o los nervios y sin estar seguro de aceptar, lo primero que respondí fue que no quería ponerme a dar trucos o consejos. No porque no quiera compartir una "sabiduría", de la cual justamente no me siento dueño, sino porque no creo que exista una sola forma de ser "buen profesor" ni que lo que funciona para mí, o lo que yo creo importante, necesariamente deba serlo para otros.
En mi vida he tenido el gusto de conocer a excelentes profesores, algunos de ellos durante mis estudios y otros tantos ahora en el mundo de la enseñanza. Cada uno con metodologías completamente diferentes o con posturas e ideas sobre la educación, distintas e incluso opuestas. Aquí, en la Facultad de Bellas Artes de Salamanca, tengo el placer y el orgullo de trabajar en compañía de colegas que aprecio y respeto, no solo por su desempeño profesional y docente, sino también por lo que son como personas, compañeros y amigos. Con ellos he conversado más de una vez sobre la educación, el ser profesor, el ser "maestro", los títulos, el escalafón docente y muchos otros temas más, que naturalmente se presentan en este mundo de la academia. Algunos han sido testigos de mis criterios tajantes y hasta radicales, si se quiere, pero tengo claro que no soy dueño de verdades absolutas ni pretendo serlo.
No soy amigo de las recetas, las fórmulas, los formatos ni los encasillamientos. Creo en la gente que piensa y "hace" distinto, siempre y cuando, lo que "haga" sea bueno. Por respeto a ellos, a ustedes y a mí mismo lo que quiero hacer es compartir parte de lo que yo considero importante, lo que pienso, soy y quiero llegar a ser como profesor.