OPINIóN
Actualizado 30/11/2016
Redacción

Nunca en política se había usado tanto ese término como en estas últimas etapas. Sobre todo en el parlamento. Y se deducía por cómo lo usaban que gente éramos todos los demás que no eran ellos (los que ya estaban adentro).

Y hablaban y hablaban y nombraban a la gente. Una vez para echarse en cara vicios y otras para achacarse virtudes en nuestra defensa. Y nosotros, la gente, expectantes de cómo nos utilizaban, o cómo utilizaban el"gentilicio" que nos definía.

Y servidor, curioso, busco entre las acepciones de tal palabra y observo dos definiciones que centran el asunto. Una dice: respecto de quien manda conjunto de quienes dependen de él. Y la otra: cada una de las clases en que puede distinguirse a la sociedad. Las dos equivalen que somos casi nada. No es el criterio precisamente con el que querría distinguirme. Veo el término lo más cercano a súbdito, masa, individuo subordinado, y si me apuran, chusma. Algo impreciso, demasiado difuso. Pero en todo caso diferenciador (de ellos). Y encima unos se dicen más válidos representantes de la gente que otros.

Ya sé que para los políticos la gente somos números que legitiman o deslegitiman mayorías parlamentarias. Y que votamos, y una vez votamos, pues ya, se acaba nuestro idilio con ellos. Ya tienen para tirar adelante otro tiempo más. Hasta que nos vuelvan a necesitar.

A mí personalmente no me gusta que me citen tanto. Quisiera que me dejen tranquilo y resuelvan. Que resuelvan sobre todo. Y resuelvan bien. Que dejen de llenar el aire con huecos términos que encima medio me denigran. Prefiero que me llamen elector o votante, que eso es lo que soy en realidad. Además, que algunas bocazas me ofenden más que otras cuando me nombran. Así que voy a comenzar a llamarlos gente también a ellos. Y válgame el cielo, qué gente son.

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