OPINIóN
Actualizado 28/11/2016
Redacción

Amanita muscaria.

Imagen capturada en La Honfría. Linares de Riofrío (Salamanca)

El aire de noviembre acaricia todo: la piel, los árboles, los sentidos y llega hasta el horizonte. Todo lo invade.

Ha llegado ese tiempo de cambio, ese tiempo en que la luz, silenciosamente, busca dormidero en lo más oculto. Es tiempo de remolinos y transformación. Las caducas hojas se entregan a la tierra, sobre ella se amullican y aderezan para la vida. Llueve y, en este acto de amor que lo impregna todo, el agua lava el haz y el envés de las hojas perennes. El campo se emborracha de agua y, de entre las sombras, de entre la tierra preñada, la Naturaleza nos obsequia -como cada otoño-, con la belleza de sus regalos que han dormido su latente sueño.

Si el bosque bebe

obsequia al emboscado

sueños latentes.

Nada es en vano. El carrusel de la vida y la muerte gira a su ritmo. Las estaciones se suceden vertiginosamente como el paisaje desde la ventanilla del tren. Las unas sin las otras no son nada. Es tiempo de otoño, de viento, de frío, de recogimiento que evoca el brasero y la lumbre; de patatas asadas envueltas en periódico humedecido y bien acomodadas ?sin prisas- entre las cenizas. Tiempo de mondongos, de bellotas, de castañas y de acebos exuberantes de ofrendas; de mirlos asustadizos cruzando el camino, de escaramujos, de musgos y líquenes esponjosos como el algodón dulce, de nubes grises que lloran (a Dios gracias) y, con su llanto amamantan, de hongos y setas que saben a cuento y de tantas cosas más?

Quiero que llueva, que lo haga sin hacer daño, como debe. Que llueva para que la tierra se empape y de pan. ¡Pobres de los ignorantes que se lamentan del tiempo que tiene que hacer, justo, ahora! Ellos no saben lo que es mirar al cielo y a la tierra con ansias de vida, un día tras otro. Que llueva para que beban los veneros, que los pozos se sacien; que los regatos, las charcas y los ríos donen vida y, con sus aguas, atraigan a sí a todos los seres ávidos de satisfacer su sed, en cónclave de humildad, mientras la besan.

Carlos Blanco

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