Profesor de Derecho Penal de la Usal
Este miércoles nos desayunábamos con la muerte de Rita Barberá, quién fuera alcaldesa de Valencia, senadora del PP (después del grupo mixto) y últimamente imputada por presuntos casos de corrupción política. Con independencia de que esta señora y el que estas líneas escribe estuviéramos en las antípodas ideológicas, vayan por delante mis condolencias sinceras porque quién ha fallecido es un ser humano como los demás y la muerte siempre es trágica y triste, sea quién sea la persona fallecida. Descanse en paz. Esa mañana andaba yo tremendamente preocupado por el auge del odio y del enfrentamiento entre los españoles; algo que me saca de quicio. ¿Cómo es posible que nos estemos permanentemente linchando los ciudadanos de nuestro país?; ¿cómo podemos alimentar tanto odio, venganza y resentimiento?. Me hice estas preguntas después de analizar la realidad informativa que se plasma en los medios de comunicación, en las redes sociales, en las conversaciones de pasillo y en las declaraciones de políticos, tertulianos y miembros de la farándula, que nunca cesa en algunos programas de televisión.
Y como ejemplo, veo que las redes sociales arden como una biblioteca incendiada rociada previamente de gasolina, con una noticia que dice en rótulos enormes: "boicot a la película la reina de España, de Fernando Trueba", en la que se vierten calificativos injuriosos e indecentes contra este director de cine porque en algún momento declaró que "no se sentía español". O algunas declaraciones de ciertos columnistas de periódicos faltando gravemente al respeto a Irene Villa porque ésta no consideró injuriosas unas desafortunadas declaraciones de Guillermo Zapata (actual concejal del Ayuntamiento de Madrid) en 2011 (cuando aún no había sido elegido concejal), denunciadas en 2015, en las que hacía un mal chiste con Irene Villa (recordemos que se mantuvo la acusación a Guillermo Zapata durante 1 año y 5 meses, a pesar de que ni el Ministerio Fiscal ni presunta víctima quisieron continuar con la acusación, hasta que fue absuelto por la Audiencia Nacional de un delito de humillación a las víctimas). Continúo leyendo que la flamante ministra de defensa y secretaria general del PP, Dolores de Cospedal, acusa veladamente a los adversarios políticos del PP ante la muerte de Rita Barberá cuando dijo: "hasta que no vean que determinadas personas se mueran de un infarto, no van a parar".
Y para colmo, también leo que en el minuto de silencio protagonizado por los diputados del Congreso, se ausentaron los parlamentarios de la formación Unidos Podemos. Un gesto feo y desafortunado que en nada contribuye a disminuir la tensión política y social que actualmente sufrimos. Pero claro, continúo leyendo y rápidamente alguien comenta que nadie del ejecutivo de Rajoy se sumó al luto institucional celebrado en el Congreso por la muerte de 6 mineros leoneses en 2013. Se ausentó el gobierno en pleno del hemiciclo. Y siguen otros comentarios en los que se afirma que cuando murió Labordeta tampoco se guardó un minuto de silencio en la Cámara Baja. Ante esta afirmación, otro remata la faena echando más leña al fuego, diciendo: ¿"alguien recuerda el minuto de silencio por Calvo Sotelo, mandado asesinar por Indalecio Prieto"?, a lo que un tercero le vitorea: ¡"muy bien dicho"! Esto, de verdad, es la manifestación inequívoca del esperpento elevado a la máxima potencia, que nos mantiene a todos en el epicentro de la crispación. ¿es esto edificante?, ¿contribuye a mejorar la convivencia pacífica de todos los españoles? ¡Ya está bien!
Pero las noticias tristes de estas jornadas no terminaban ahí. Leo, ya el jueves, que Marcos Ana (Marcos, por su padre y Ana, por su madre), que en realidad se llamaba Fernando Macarro Castillo (y que estuvo casi 23 años cumpliendo condena en las cárceles de Franco, como preso político, por pertenecer al bando republicano en la fratricida Guerra Civil), había fallecido. Me acordé en ese momento de lo necesarias que son las personas como Marcos Ana para mejorar el tejido social y la convivencia pacífica, quién siempre manifestó que no guardaba ningún rencor, ni odio hacia los que le torturaron y vejaron en la cárcel durante tantos años de represión en los que la dictadura aplicaba aquél derecho penal de sangre y fuego a los que participaron en el bando de los vencidos y no pensaban de la misma manera que los de la doctrina oficial del Régimen.
Para el poeta Marcos Ana (salmantino, por cierto, que el próximo 20 de enero hubiera cumplido 97 años), ni el odio ni la venganza son ideales políticos ni constituyen fines revolucionarios. Marcos Ana, como tantas veces manifestó, nunca se sentiría feliz rompiendo la cabeza a quién le torturó en prisión. Todo un ejemplo de generosidad de un ser humano realmente excepcional y al que tuve la ocasión de conocer personalmente, conversar con él y admirar su enérgico, pero a la vez sereno, tierno y sosegado discurso.
Enérgico porque siempre creía en la transformación de la sociedad, en la que no hubiera ni pobres ni marginados, en la que todos tuviéramos acceso a las políticas de bienestar en igualdad de condiciones: educación, sanidad, justicia, trabajo y servicios sociales, una sociedad en la que, como decía, "el sol salga para todos" y en la que se trabaje siempre al servicio del ser humano, quién debe ser, inexorablemente, el centro de gravedad de la gestión política y económica en una sociedad libre, solidaria, tolerante, moderna y democrática. Sereno, tierno y sosegado, porque atesoraba la experiencia de una vida dura, pero en la que aprendió (a través de la solidaridad fraternal que profesaban los presos políticos, los exiliados y la colaboración internacional contra los totalitarismos) y predicó después que "vivir para los demás es la mejor forma de vivir para uno mismo". Y vivir para los demás exige energía, pero también serenidad, sosiego y ternura.
¡Descansa en paz, compañero! Como ejemplo de su generosidad, he aquí uno de sus mejores poemas, escrito en la tristeza de su cautiverio, titulado "mi casa y mi corazón":