OPINIóN
Actualizado 19/11/2016
Manuel Lamas

Muchas veces, cuando me muevo de acá para allá, tratando encontrar la mejor perspectiva, capto otras muchas cosas. Hago mía toda la belleza que comporta la acción de mirar. Escrutar el entorno con la consciencia despierta, nos regala detalles que, de otra forma, pasarían desapercibidos.

En ocasiones, utilizo mis reportajes como excusa para escapar de la rutina y del ruido de la inconsciencia. Lo he dicho otras veces: no hay templo semejante al que nos ofrece el medio natural. En ese recinto, sin muros que lo limiten, las imágenes tienen forma de montañas y valles, y su aureola de santidad la conforman las nubes. Culturas y religiones se abrazan bajo la bóveda celeste, sin diferencias que las separen.

La oración en ese recinto, emerge de la propia conciencia. A través del silencio, nuestro pensamiento, se convierte en propuesta de renovación sin necesidad de palabras. Es por medio de la observación, y del vacío de nosotros mismos, como captamos esa grandeza. Cuando salimos de la abstracción, descubrimos los lazos que nos sujetan a lo ordinario; los mismos que nos impiden vivir con sencillez disfrutando de las pequeñas cosas.

El mundo está configurado con absoluta sabiduría. Únicamente nuestras obras registran deficiencias. Allí donde interviene la mano del hombre, se origina el caos. De todos nuestros comportamientos se desprende algo negativo. Obtenemos beneficios, pero ocasionados daños; evolucionamos en un sentido, pero retrocedemos en otro. No ocurre así en el medio natural, donde, todos los procesos, están subrogados al mismo fin, y el resultado de aplicar las reglas, no dificulta el funcionamiento de ninguno de ellos.

Conocer el orden que nos circunda es entrar en la sabiduría; nuestra misión, consiste en procurar que nadie dañe lo que no se puede mejorar. Pero, comprender este principio no es fácil. Permanecemos sobre las cosas un corto espacio de tiempo. Aunque tratemos, a través de la ciencia, conseguir la inmortalidad, nunca será posible. La vida se sustenta en la renovación; en la transformación permanente de los elementos que buscan, a través de la evolución, la excelencia en todas sus formas.

La armonía que descubrimos en el medio natural, ya existía cuando nacimos, y existirá cuando abandonemos esta realidad. Vivir es como una excursión por los caminos del tiempo. Pero, nuestro conocimiento, es muy limitado para saber si avanzamos o retrocedemos.

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