OPINIóN
Actualizado 19/11/2016
María Fuentes (Fotografías: Pablo de la Peña)

Este artículo o perorata no estaba previsto para hoy, pero acontecimientos cercanos me han animado a mostrar quizás aspectos excesivamente personales para expresarlos en un tabloide digital.

Siempre crecí, viendo como era prioritario ayudar, dar a los demás. Siempre vi como mis padres, cada vez de una forma, estaban ahí para servir de apoyo a los cercanos y a los no tanto. Vi cómo podían sufrir, cuando algunos desdeñados no eran conscientes de la ayuda recibida y sin paliativos tenían acciones que dañaban lo recibido.

Quizás por todo esto y por encontrarme, personas dentro de la docencia que fueron tan importantes en mi educación me plantee que yo también quería ser maestro y que mi vida, tenía que dejar un poso, que fuera algo más que cumplir años paseando por una acera de cualquier pueblo o ciudad.

Para muchos, entre los que me encuentro, encontrar la realidad de nuestra vida, nuestra verdadera? (no sé si decir misión para que no se interprete de forma confusa) no es tarea fácil. Podemos aprender métodos y formas para llevar una vida más tranquila, menos estresada, menos saturada y más enfocada en lo importante. Pero algunos somos como somos, y vivimos estresados, saturados, eso sí, nunca perdemos el objetivo de lo realmente importante.

El tiempo vivido te hace modificar hábitos y formas de vida, organizamos nuestro discurrir con objetivos cambiantes que dependen no sólo de nosotros sino sobre todo de los que nos rodean, y estamos más pendientes de las necesidades ajenas que de las nuestras y cuando el apoyo brindado se derrama encima de la mesa, cogemos la fregona de la perseverancia y retomamos el relleno del vaso, gota a gota, es lo que nos han enseñado, es lo que nos hace sentir realmente felices.

Pero en honor a la verdad, a veces no es suficiente. Cuando la sima se abre ante mis pies me agarro a mi bolígrafo Bíc o a mi Mont Blanc, tanta diferencia de "clase" pero igual chorro de tinta sobre el folio para expresar lo que realmente trasmito al movimiento de mí muñeca, tan diferente a un frio teclado en el que se escurren, se elevan o bajan a las profundidades teclas que lo mismo generan un documento anodino, como sirven de vía para colgar mi escrito en la red.

Yo la vida la veo como un inmenso océano que transcurre por nuestras manos y con el paso del tiempo disminuye hasta quedar sólo gotas, tengo la necesidad de que esas gotas que caen de mi mano se conviertan en eternas, que no se evaporen; por eso en cada una de ellas intento que quede algo de mí y que con el reflejo en los demás cada día se vayan haciendo más grandes hasta generar otro océano en el que microscópicamente se vea un retazo de mis acciones.

Dar, recibir, agradecer, sonreír, saltar, llorar en definitiva mostrar los sentimientos que nos acompañan en cada momento y que engendran una vida más real que la que estamos viviendo o la que intentan que vivamos.

Dejar de lado una vida complicada que en la mayoría de los casos nosotros la generamos, agradecer en vez de criticar, apoyar en vez de zancadillear, en definitiva sumar y multiplicar.

Todo esto expuesto podría ser el agradecimiento a muchísimas persona que comparten sus vidas conmigo, pero hoy quiero centrarme en los dos hechos que originaron el texto:

El agradecimiento a nivel personal y empresarial de mi gran tasca de cabecera y sobre todo el agradecimiento docente, con dos palabras, de un Asperger maravilloso que me han dado alas para reafirmarme: siempre, siempre, siempre, primero hay que dar.

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