Poned muy lentamente vuestro oído
encima de la piedra
y escuchad el rumor del río que nos vence.
Quizá sea este río que nos va arrebatando
?el río de la vida, que discurre entre espinos?,
el que aquí desemboca con dulzura
y se funde en la luz serena de esta plaza,
y con ello, nosotros, al fin seremos luz, seremos libres
en río y en espacio y en silencio.
Acaso cuanto hubo de piedra en nuestras vidas,
de piedra torturada y negadora,
al fin será disuelto por esta finitud
hermosa del espacio en esta plaza;
finitud infinita, tal la mar contenida
en el ojo de un pájaro.
Acaso nuestra vida sólo sea
un irse deshaciéndose despacio, muy despacio,
como ese oro vano que va desmoronando
el tiempo en las piedras enfermas de los muros,
en la piedra que es luz,
en la luz que es la piedra.
Este cuadrado armónico es base, fundamento,
del pensar y el sentir más verdaderos.
Por eso, cerraremos los labios
para irnos fundiendo
en este noroeste en el que están
las raíces del frío y las del tiempo:
el laberinto abierto de la luz.
Cerrar los labios y cerrar los ojos
para saber que, al fin, este cuadrado
de la plaza es un círculo de hogueras.
Ya veis que en esta plaza mayor se da el milagro
de que el cuadrado sea
un círculo y que el círculo,
sea un bello cuadrado: ágora de más vida.
Círculo en el que están girando nuestras horas
risueñas, nuestras horas
contadas.
O acaso sea la plaza tan sólo un laberinto de salidas
que logra extraviarnos hacia otros laberintos:
hacia el bosque de cúpulas,
hacia la ebriedad perenne de los símbolos.
En esta plaza va girando el mundo
con música distinta: ¡con tanto cielo azul
tallado a diamante
y con tantas estrellas humanas, abatidas!
Va girando su espacio en mi cabeza,
va ardiendo en mi interior,
y también yo con él estoy ardiendo.
Consciencia pura y lucidez redonda,
combate del vivir para ser llama
y saber que giramos
escuchando la melodía remota,
escuchando una luz que ya es todas las luces.
En realidad, aquí, en el centro de la plaza,
ya no sé si soy nieve o si soy niebla,
o acaso soy escarcha,
o sólo un sol que arde en este horno
de la sima o abismo que es la piedra.
En el centro del centro de la plaza
¿aún no hemos sabido desvelar el misterio
que encierra el laberinto abierto de la piedra,
dar con el manantial
que sacia para siempre la sed de ser sin fin,
la sed de respirar en el amor?
Un día o una noche de este otoño
de la vida, llegaré hasta el centro de la plaza
y al fin yo seré yo.
Comprendedme: estoy hablando de ese
que nunca he sido y que quise ser;
o acaso del que fui, o del que aún seré.
Ser yo en esta plaza será, al fin,
no ser yo, sino sólo el que respira
en esta luz helada la libertad más plena:
la libertad de ser en ti y en cada uno de vosotros.
Porque el ser que es más ser
es tan sólo el que ama.