OPINIóN
Actualizado 16/11/2016
Juan Antonio Mateos Pérez

«Escuchadme, los que vais tras la justicia, los que buscáis al Señor: mirad la roca de donde os tallaron, la cantera de donde os extrajeron». ? Isaías 51,1

Este domingo se cerraron las puertas de la misericordia en la Catedral de Salamanca, así como en todas las catedrales e iglesias del mundo dedicadas al Jubileo. Un tiempo de gracia, un tiempo para tener la mirada fija en el amor misericordioso del Padre, que se ha hecho visible y presente en la vida de Jesús. "Nuestra Iglesia diocesana tiene ahora la misión de seguir anunciando la misericordia de Dios mediante la aplicación de las Orientaciones de la Asamblea" (...). Es hora de "volver a las huellas de Jesús", comentó D. Carlos. Solo la basílica de San Pedro de Roma permanecerá abierta hasta el domingo 20 de noviembre, fecha que se clausura el año jubilar. Nos recordaba Francisco en este tiempo de gracia, que Dios perdona siempre, lo perdona todo, la misericordia siempre será mayor que el pecado ya que nadie puede poner límite al amor de Dios.

Cuando estoy escribiendo estas líneas sigo leyendo las palabras de Francisco, delante de la Puerta Santa pidamos: «Señor, ¡ayúdame a abrir la puerta de mi corazón!». Me recordaban aquellas palabras de Leonard Cohen "hay una grieta en todo; solo así entra la luz", solo en un corazón rasgado y abierto puede entrar el amor misericordioso de Dios. Abrir el corazón es también una invitación a cambiar nuestra forma de vivir, mover nuestro corazón endurecido por la vida y sentir el eco de otras vidas desgarradas, pobres, encarceladas, refugiadas, inmigrantes, paradas, etc. La misericordia es el fruto del corazón abierto e impregnado de un amor que le sobrepasa, que nos invita a amar con la misma intensidad con la que somos amados, a consolar con el consuelo que somos consolados y a compartir lo que hemos recibido. Amar como ama Dios, es tener misericordia, esa capacidad profunda de conmoción interior ante el sufrimiento del otro, que impulsa aliviar el dolor, incluso a costa de incrementar el propio.

En la última audiencia Jubilar, Francisco ha considerado un aspecto muy importante de la misericordia, la inclusión. Refleja el actuar de Dios que no excluye a nadie y acoge a todos por igual. ¿Cómo podemos estar tranquilos en el propio hogar mientras el pobre y desesperado yace fuera de la puerta? No puede haber "paz en la casa del que está bien, cuando falta justicia en la casa de todos". Así "nace la trágica contradicción de nuestra época: cuanto más aumenta el progreso y las posibilidades, lo cual es bueno, tanto más aumentan las personas que no pueden acceder". Como consecuencia, se observa el "síntoma de la esclerosis espiritual"

El cardenal Walter Kasper (La misericordia. Clave del evangelio y de la vida cristiana), nos presentó cuatro clases de pobreza, enumerando las obras de misericordia corporales y espirituales. Una primera es la pobreza física o económica, no poder saciar el hambre, no tener casa o vivienda, estar en paro, vivir a la intemperie, a lo que debemos de añadir muchas enfermedades y discapacidades principalmente psíquicas. Subrayaba también una segunda, no menos importante que la física, la pobreza cultural; cuyo caso extremo es el analfabetismo, pero también la falta de oportunidades en la vida y en la cultura. Una tercera, que la denomina pobreza relacional; hace referencia a las personas solas, muchas de ellas aisladas y con la pérdida de un ser querido como su cónyuge, perdiendo todo lazo de comunicación interna y externa. Para terminar citaba una cuarta, la pobreza espiritual o anímica; muy propia de nuestras sociedades, desorientación, vacío interior, desconsuelo y desesperanza, perdida sentido de la propia existencia, abandono del alma.

Ante tanta pobreza, se necesita una respuesta pluridimensional, primero atender a las necesidades materiales y cuando la "nuda vida" esté mínimamente asegurada, paliar también la pobreza cultural, social y espiritual. Estas últimas son muy necesarias para no colocar a los excluidos en relaciones de dependencia, para que puedan recibir ayuda para ayudarse a sí mismo y salir de su situación de exclusión. Solo desde este enfoque integral que considere los diferentes enfoques de la pobreza y en conexión unos con otros puede ayudar a una vida humana más plena y más inclusiva.

En su "principio misericordia" de Jon Sobrino, se pregunta por la misericordia desde el sufrimiento humano, subrayando que compasión e indignación van de la mano. Esa realidad interior, nos invita a transformar las cosas, las cercanas y la lejanas, para que el grito no se cronifique y termine por saquear la indignación y se quede en simple queja. No se necesita más que personas que quieran cambiar las cosas desde su pequeñez y que confíen sencillamente en el amor de Dios. Son aquellos que saben bien que ese amor de Dios es un tesoro escondido, una perla preciosa, un granito de mostaza, cuyo descubrimiento cambia el corazón, y permite mirar el mundo de otra forma y así, poder transformar las pequeñas cosas. Con ese doble latido del corazón, con esa doble mirada, entramos en el corazón amoroso y bueno de Dios y de tantas personas privadas de su dignidad. Ese doble latido, puede despertar nuestra conciencia, paralizada ante el drama de la pobreza, y permitirnos entrar todavía más en el corazón del evangelio, donde los pobres son los privilegiados del amor y de la misericordia de Dios.

«Este es el ayuno que yo quiero, dice el Señor [...] partir tu pan con el hambriento» (Is 58,7). Francisco dirigiéndose a los numerosos excluidos de todos los rincones del planeta exclamó: "con vuestra presencia nos ayudáis a sintonizar con Dios, para ver lo que él ve: Él no se queda en las apariencias, sino que pone sus ojos "en el humilde y abatido", en tantos pobres Lázaros de hoy". Insistió con una cierta decepción y amargura, cuánto daño nos hace poner los ojos en las cosas que hay que producir, en lugar de las personas que hay que amar.

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