Quienes hemos intentado hacer algún retrato sabemos que un perfil resume rasgos pero que nunca puede ser el retrato favorito y deseado. Y es un término ese que está muy de moda ahora. Los sociólogos parece que no se dan cuenta del error. Que eso acaba por compendiar mal y pronto. Llaman perfil cuando intentan reducir un arquetipo de persona o grupo de ellas que no se dejan resumir tanto. Y ese resumir les hace equivocarse. Equivocarse demasiado últimamente.
Perfiles de estudiantes que no son del todo típicos estudiantes, amas de casa que tampoco se ajustan a ese retrato previo, profesionales que no parecen responder al canon del sector, candidatos que engañan demasiado cuando se postulan como tales. Y es que esos perfiles trazados por los institutos demoscópicos sobre todo, no valen, no sirven para vaticinar nada ya. Sufren metidas de pata constantes. Y ni aprenden ellos ni aprendemos nosotros. Seguimos confiando en encuestas mal adobadas.
Nuestro reciente Sánchez tampoco daba el perfil requerido y nos engañó a todos (y a todas). Y así salió él y salimos nosotros del invento. Ahora va Trump y acaba ganando por goleada a una Hilaria con perfil más claro y concreto. Y los estudios previos otra vez por los suelos. ¿Cuál es el Trump verdadero? ¿El de las groserías y la chulesca prepotencia o el de moderado discurso en la madrugada americana la noche en que fue elegido? ¿Y los puñeteros votantes escondidos que lo auparon, de dónde salieron? Nos tenían a todos engañados. Y por demás a los encuestadores y opinantes previos.
Ahora las burras ya se venden de otra manera. Individualmente y en colectivo. También fiándose del dichoso perfil unificador de burras. Se acabó el tradicional método de evaluar. Las juzgan otros que no saben y no les miran la dentadura, ni las reveladoras mataduras que puedan tener, y si dan coces o no las dan, si fáciles de montar o no. Y claro, así se equivocan ellos. Las burras que nos venden van saliendo malas. Y así nos va el asunto este.