La situación y la fortaleza actual de Estados Unidos no tienen nada que ver con la de la convulsa y depauperada Europa de entonces, por fortuna, pero los resultados electorales norteamericanos son un síntoma ?uno más? de una radicalización sin precedentes en la reciente historia de los países desarrollados.
Dos detalles lo avalan. Uno: será la primera vez que un candidato presidencial ?Hillary Clinton? deba felicitar por su triunfo a un rival que ha prometido ni más ni menos que meterla en la cárcel. Otro: al neofascismo de Trump no se enfrenta fundamentalmente la moderación, sino otro creciente radicalismo, el de los electores demócratas de Bernie Sanders.
Una situación semejante no tiene precedentes, digo. En otras épocas con candidatos presidenciales de posiciones extremas, ya fuesen de derechas, como Barry Goldwater, o de izquierdas, como George McGovern, éstos fueron arrasados electoralmente por oponentes de carácter más moderado. Justo, lo contrario de lo que sucede ahora.
No se auguran, pues, buenos tiempos para la convivencia dentro de Estados Unidos. Pero tampoco fuera de él, donde el populismo radical anti sistema crece como la espuma, sobre todo de una extrema derecha europea, espoleada ahora por el triunfo de la demagogia de Donald Trump.
Nos hallamos, por consiguiente, ante un escenario de confrontación y de violencia que, inevitablemente nos harán vivir en un mundo más inestable y más inseguro, con más incógnitas que certidumbres. ¿Serán capaces la democracia norteamericana y la mundial de reconducir la tensión y la incertidumbre crecientes hacia la deseable estabilidad y la convivencia?
Difícil lo tienen.