OPINIóN
Actualizado 12/11/2016
Juan Ángel Torres Rechy

A mis padres, Esperanza y Juan Ángel

Cuánto trabajo requiere dejar de intervenir en la trayectoria de un organismo en movimiento, aun viendo desde todas las perspectivas su rumbo exitoso. Puede ese equipo de trabajo, o ese sistema informático, reportar eventos afortunados, puede mirarse con transparencia el claro logro al que se encamina, pero si tal situación comienza a escaparse de las manos de su creador, o de su principal impulsor, él no sacrificará fácilmente su voz de autoridad en beneficio de la autonomía que pueda conquistar su propia creación. En un discurso religioso con raíces del siglo v d. C., el tiempo de San Agustín de Hipona, se habla del hombre interior y el hombre exterior. La relación entre estos dos hombres resulta clara, tiene como principio diferenciador un umbral: el contacto con la realidad tangible constituye la experiencia de exterioridad, y las facultades como la memoria, el entendimiento y la voluntad, o la imaginación, reflejan las actividades de la interioridad. Mientras que una mitad se vuelca con prioridad hacia las actividades sensoriales y orgánicas, la otra pone el énfasis en procesos de pensamiento y creatividad. El retrato del primero puede ser uno como el de Felipe IV y Mariana de Austria en Las meninas, en tanto que para ilustrar el otro podemos recordar una descripción literaria como la de Pedro Páramo, que era «un rencor vivo», según Abundio, hermano de Juan Preciado, en la novela de Juan Rulfo. En otro orden de cosas, si de un lado resulta posible retratar a ambos hombres por igual, mediante instrumentos diferentes (la pintura, la literatura), sus respectivas posiciones y sus desplazamientos no guardan una relación paralela, sino convergente, o incluso contradictoria. Usando la imagen de caballos para hablar de los dos hombres y la de un carro para referirnos al alma de la persona, podríamos pulsar el signo de «Play» en nuestros teléfonos móviles para mirar la escena de los dos caballos tirando cada uno para su lado el carro del alma, haciéndolo pasar por encima de piedras y baches, lastimando su armazón echa un talego de crujidos... Pulsemos ahora el cuadrito de «Stop». Levantemos la mirada. Surcan el cielo azul unas cigüeñas, pero no les pongamos demasiada atención.

Centrémonos en nuestro asunto. Al principio hablábamos del trabajo que cuesta dejar de intervenir en la trayectoria de un organismo en movimiento aun mirando su rumbo exitoso. «[...] puede mirarse con transparencia el claro logro al que se encamina, pero si tal situación comienza a escaparse de las manos de su creador, o de su principal impulsor, él no sacrificará fácilmente su voz de autoridad en beneficio de la autonomía que pueda conquistar su propia creación.» Por eso, si el hombre interior sale a la superficie y coge la rienda del carruaje del que hablábamos, dejémoslo actuar.

Fotografía del autor de la columna: Parroquia Nuestra Señora de la Paz (Las Ánimas)

Xalapa-Equez., Veracruz, México.

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