OPINIóN
Actualizado 09/11/2016
Manuel Alcántara

Las modas suelen ser pasajeras, se extienden en lapsos de duración imprecisa y la intensidad de las propuestas que articulan es variable. La crítica a su carácter volátil, indefinido y fútil es injusta, o quizá es coherente con cualquier evaluación que parta a priori de una valoración negativa. Sin embargo, si se las considera como variantes de la índole cíclica y tornadiza de la vida su aceptación debe asumirse sin mayor problema. Quienes estén molestos con el nuevo escenario tendrán que esperar a que llegue una nueva moda más a su gusto que reemplace a la anterior o, simplemente, la vuelta a la rutina que se estima ingenuamente como el orden natural de las cosas. El coste conllevará una temporada más o menos larga con el ceño fruncido y la frustración a ras de piel.

El hecho de que el gobierno español estuviera en funciones durante trescientos días acercándose al récord establecido por los belgas hace poco más de un lustro ha supuesto algo insólito en los casi cuarenta años de democracia que arrastramos. Una situación novedosa que a tenor del revés producido por dos intentos fallidos de investidura parecía deslizarse hacia un estado de interinidad permanente. Algo que para algunos comentaristas suponía una atmósfera ideal donde la economía crecía mientras que para la gran mayoría, imbuidos por la lógica de la responsabilidad, se hacía insostenible según pasaban los días. Pero lo que parecía que llevaba camino de convertirse en moda se detuvo para volver al orden de lo cotidiano. El final es de sobra conocido, aunque cualquier observador atento a la realidad sabe que no es así.

La orfandad en la Secretaría General del PSOE empuja a considerar que su Comisión Gestora puede prolongar su condición interina sine die contribuyendo a consolidar la manía de estar en funciones. Soy consciente de que el tiempo en política tiene su propio ritmo y que la parsimonia puede venir de la mano de la prudencia así como del sentido de la época, pero ello no debe nunca ignorar el carácter vicario de la política y la imperiosa necesidad de evitar la improvisación así como del uso impropio de las situaciones excepcionales. La reconfiguración de un partido maltrecho después de los últimos avatares es una exigencia insoslayable. El Congreso Extraordinario debe convocarse a la mayor brevedad evitando la validación de la estéril moda de estar en funciones.

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