OPINIóN
Actualizado 07/11/2016
Rubén Martín Vaquero

El Fuero de Salamanca son las disposiciones de usos y costum­bres que desde el siglo XII rigieron la vida salman­tina con un valor jurídico, poniendo a Dios como garante de la justicia. En sus mayoría estas normas se deben al municipio y son minoría las decretadas por los reyes.

Nuestro Fuero sirvió de modelo en más de mil doscientos lugares, veintiocho villas y varios pueblos portugueses. Aunque castiga con la horca a los jugadores de dados, es más moderado que el de otras ciudades, pues no ordena entierros en vida de los asesinos junto a sus víctimas, ni despeñamientos, ni muertes en la hoguera. No obstante, contempla las ordalías y los duelos, que se celebraban en los arenales existentes entre la desembocadura del Zurguén y el puente romano.

Los juicios de Dios para los que no tenían casa en Salmantica consistían en coger un hierro al rojo con la mano derecha. Si al cabo de siete días no se había curado era considerado culpable. La pena de muerte en la horca era para los ladrones y para los asesinos confesos.

La mujer en el Fuero tenía menos derechos que los varones, incluso después de muerta porque por los hombres tocaban a muerto las campanas con tres toques y por una mujer con dos.

En el muro este del salón de recepciones del Ayuntamiento de Salamanca, tras una reja dorada, hay una hornacina empotrada en la pared que se conoce como el Arca de los Fueros. Sobre la puerta está un escudo de Salamanca del siglo XVII labrado y esmaltado. En esta hornacina se guarda uno de los primitivos manuscritos del Fuero (los otros dos están en el archivo del monasterio de San Lorenzo del Escorial) y las llaves de las urnas que contienen los restos de San Juan de Sahagún, patrono de la ciudad, y Santo Tomás de Villanueva, custodiadas en la Catedral Nueva.

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